Es obvio que tener una baja autoestima, relaciones conflictivas con los demás, ser poco productivos o estar paralizados en uno o varios aspectos de nuestra vida nos perjudica. Pero lo que no miramos con atención es que incluso estos problemas o dificultades tienen ciertos beneficios… De hecho, ningún comportamiento sucede sin una razón, y a veces es mejor profundizar en esta razón que tirar simplemente de «fuerza de voluntad» que al cabo de unas semanas, o unos meses para los más afortunados, se termina agotando.
La baja autoestima, al igual que otros comportamientos que juzgamos como negativos tiene una razón de ser oculta, ofrece u ofreció en algún momento de nuestra vida alguna utilidad. Es lo que en PNL y también en las orientaciones más psicoanalíticas de la psicología se llama «función adaptativa». Es decir, que cualquier comportamiento que tenemos hoy día, sea saludable o perjudicial, cumple o cumplió en el pasado un propósito, una función y por ello se mantiene.
Por ejemplo, todos sabemos que fumar es malísimo, es más, conocemos por diversos estudios que el tabaco está adulterado con compuestos extraordinariamente tóxicos. Pero entonces… ¿por qué fumamos? Tiene que haber alguna razón muy poderosa para hacerlo. Quizás fumar nos proporciona placer, nos calma, compensa nuestras carencias. Sucede lo mismo con todas las adicciones: sabemos (racionalmente) que están destrozando nuestra vida, que nos traen serios inconvenientes, pero aún así somos incapaces de dejarlas. Y no es por falta de voluntad, es que toda adicción está cumpliendo un propósito oculto. Cualquier adicción empezó como un medio de calmar nuestra angustia, y si se sigue perpetuando a día de hoy es porque no hemos encontrado un modo mejor de resolver esta situación.
Otro ejemplo: todos sabemos que postergar algo hasta última hora conlleva sentirnos culpables mientras no lo estamos haciendo y mucho estrés al final, cuando «nos toca» hacer todo de golpe. Sin embargo, a pesar de estos inconvenientes, seguimos postergando cosas… ¿Qué sucede? ¿Es que somos tan estúpidos que actuamos en contra de nuestros propios intereses? ¿Es que «no aprendemos» de nuestros errores? Lo que ocurre es que hay un motivo oculto que nos anima a actuar así una y otra vez: en este caso es el miedo. Si postergamos las cosas para después, estamos alejando el miedo, nos estamos sintiendo bien en el momento aunque a la larga nos sintamos peor. Si no encaramos este miedo, podemos utilizar mil técnicas de productividad y enfoque que resolverán parcialmente el problema, pero no lo solucionarán a largo plazo.
Viendo estos ejemplos, ¿verdad que ya no parece tan extraño y enrevesado esto de los beneficios o razones ocultas que mantienen nuestros problemas?
A mí particularmente me gusta llamar a estos beneficios los «retorcidos motivos» que mantienen nuestros comportamientos, pero también se les conoce dentro del mundo del coaching como «intención positiva». Si eres coach, seguro que este término te suena más. 🙂 En resumen, la intención positiva es el beneficio (muchas veces difícil de descifrar, porque no es aparente) que obtenemos al seguir perpetuando un comportamiento, por inconveniente y perjudicial que éste pueda parecer, y está presente SIEMPRE que aparece el problema.
En el caso de una baja autoestima, que se puede traducir en la práctica como una forma continua de minusvalorarnos y no conseguir lo que deseamos, también aparecen estos beneficios sutiles, no nos equivoquemos. En este artículo veremos dos excusas o ventajas para no amarte a ti mismo y quedarte estancado en este comportamiento.
Beneficio 1: no asumir nuevos riesgos.
A veces, ciertas conductas que se derivan de una baja autoestima pueden, paradójicamente, protegernos. Wayne Dyer abordó muy bien este tema en su libro «Tus zonas erróneas». En uno de los capítulos habla de «las retribuciones que te brinda el no amarte a ti mismo» y dice al respecto:
Si escoges no amarte a ti mismo, lograrás evitar todos los riesgos que implica el establecimiento de relaciones afectivas con los demás, y eliminar de esta manera cualquier posibilidad de ser rechazado o censurado. […] Es más fácil seguir siendo como eres que hacer un esfuerzo por cambiar y enfrentarte a los riesgos que, inevitablemente, traerá este cambio.
A todos nos dan miedo ciertos cambios que, aunque positivos al principio, también implican nuevos riesgos que tendremos que enfrentar. Si pasamos de ser muy tímidos a salir más y relacionarnos con muchas personas obtendremos grandes alegrías (nuevos amigos, invitaciones, diversión), pero obviamente también nos encontraremos con personas que nos juzgarán, que nos tratarán mal o que nos rechazarán. Así pues, mientras soy tímido y estoy en mi cuevita sufro mucho por la falta de contacto pero, por otro lado, tengo la gran ventaja de que no tengo que preocuparme por el rechazo u otros riesgos que inevitablemente trae la interacción con los demás.
Otro ejemplo, imaginemos el caso de Gregorio, que en estos momentos sufre un serio problema de obesidad. Gregorio viste con ropa muy ancha, se arregla poco, y como se siente muy inseguro y observado en las fiestas y reuniones sociales, simplemente pasa de ir. Esto provoca que se sienta solo, triste y muy descontento con su aspecto. Un día se decide a hacer todo lo posible para perder peso y cambiar su imagen. Empieza muy bien, muy motivado: hace dieta, deporte, contrata a un coach, se apunta a un grupo de apoyo. Hace todo «lo correcto» y va perdiendo bastante peso al principio pero en algún punto se estanca… Ya no pierde más peso y no sabe por qué.
Como Gregorio está más receptivo consigo mismo, comienza a notar que ahora que luce un poco más atractivo algunas personas han comenzado a acercarse a él, mucho más que antes, principalmente mujeres. Esto le provoca mucho miedo e inquietud porque no estaba acostumbrado al trato con desconocidos. Se siente inseguro y temeroso, poco preparado. De repente, observa que tiene dificultades y problemas que antes de perder peso, cuando sólo pensaba en los kilos que le sobraban, ni se le pasaban por la cabeza.
Gregorio tendrá que hacer un esfuerzo consciente para identificar que ahora le están surgiendo nuevos retos a los que tiene que hacer frente. Tendrá que admitir que tener muchos kilos de más también tenía una poderosa ventaja (no enfrentarse a los riesgos de la interacción con los demás). Y sólo entendiendo esta ventaja y comprendiendo que su nuevo modo de vida le traerá más complicaciones (pero también, sobra decirlo, muchísimas más alegrías) podrá seguir perdiendo peso y viviendo en su nuevo yo más socialmente atractivo.
Beneficio 2: Seguir esperando que otros nos quieran.
Aunque muchos somos adultos en edad, podemos mantener una parcela emocional muy infantil: la del niño necesitado que necesita que le quieran incondicionalmente, a toda costa. Lo cual, dicho sea de paso, no se va a producir nunca…
El único tiempo reservado para el amor incondicional y para sólo recibir es la infancia. No obstante, para la mayoría de las personas es justo al contrario: la infancia es tiempo de «dar», de amoldarnos a otros, de ser buenos para no causar molestias. Si nuestra infancia no ha sido un tiempo de sólo recibir, si no nos han querido y valorado como realmente necesitábamos siendo niños, tendremos que lidiar con esa herida durante un tiempo, pero no seguir esperando ese amor porque ya no es momento de eso. La buena noticia es que, como adultos, no necesitamos recibir amor incondicional más que de nosotros mismos, así que una vez entendida la carencia infantil y curada la herida, podremos llevar vidas totalmente plenas.
El problema aparece cuando somos adultos y nos negamos a tomar la responsabilidad total de este proceso, y seguimos esperando inconscientemente ser queridos. Buscamos este amor y valoración desesperadamente en las parejas, en amigos, en jefes, ¡incluso en nuestros padres ya ancianos! (Dicho sea de paso: si no nos han dado lo que necesitábamos en cuarenta años, no van a hacerlo ahora). La cosa se complica aún más cuando esperamos amor y aprobación de nuestros propios hijos, sobrinos, alumnos, empleados ¡cuanto es justo al revés, lo que deberíamos hacer con «los que vienen después» es dar, principalmente dar!
Aunque seguir esperando amor y no obtenerlo provoca mucho sufrimiento, porque nunca se llega a calmar un vacío que es infantil, esta actitud también tiene un beneficio oculto: la falta de responsabilidad y compromiso. Si seguimos en la actitud infantil de recibir (amor, aprobación, halagos, admiración, regalos, favores) podemos centrarnos sólo en lo que nos falta y en el «pobrecit@ que soy, qué poquito me quiero», y así nos quitamos la responsabilidad de liderar activamente nuestra vida y por supuesto no pensamos en lo que podemos ofrecer a los demás, pues estamos aún en el recibir.
Rita es una de esas personas que sigue esperando que ese amor incondicional con el que sueña «le llegue de fuera» y lo busca o reclama de una y mil maneras. Ha cambiado varias veces de pareja porque nunca la quieren lo suficiente. Dice que quiere como a nada en el mundo a sus hijos pero secretamente los tuvo porque pensaba «que la llenarían a ella de amor», y este malentendido provoca unas tremendas discusiones en casa. Por otro lado, Rita resulta muy agobiante para sus amigos que sienten que todo el rato «pide, pide y pide» amor y comprensión y no se sacia nunca. Además, como tiene tan baja autoestima, se mantiene en el rol de víctima, de pobre-de-mí, sin parar de culparse todo el día pero sin hacer algo productivo para solucionarlo.
Por supuesto, Rita sufre mucho, no es feliz, tiene una sensación de carencia continua que no le deja disfrutar de la vida, y sabe que también hace sufrir a las personas que la rodean, que se cansan de dar y no recibir. No obstante, y a pesar de este sufrimiento que es muy real, Rita también tiene ciertos beneficios de seguir con esta actitud de escaso amor propio: nunca se cree responsable de nada, la culpa la tienen siempre los demás y sus circunstancias, y como está tan mal y tan deprimida se ve siempre en condiciones de pedir y nunca de dar.
¿Y qué puede hacer ella, y qué podemos hacer nosotros? Para empezar, tener la certeza de que, como adultos, no necesitamos ser queridos incondicionalmente por nadie aparte de nosotros mismos. Por supuesto, de niños sí que lo necesitamos, y muy probablemente no lo obtuvimos en el grado suficiente, lo cual nos ha dejado una carencia y un vacío que tenemos que reconocer. Una vez reconocido y sanada la herida, toca seguir adelante. Y a partir de aquí, podemos decidirnos a establecer relaciones más maduras y satisfactorias, con nosotros y con los demás: unos días doy, y otros recibo; estoy feliz cuando entrego a los demás y también estoy feliz cuando recibo de ellos (¿recuerdas este artículo en el que hablaba de la importancia de aprender a recibir?).
Volviendo al tema de la autoestima, en general, es necesario recordar una vez más que cuanto más me quiero a mí mismo y cuanto más a gusto estoy en mi piel, mejor podré querer, cuidar y acompañar a los demás. Nuestra baja autoestima no beneficia a nadie. Ni a nosotros, que estamos hundidos en la miseria día tras día, ni a los demás, que entonces tienen que preocuparse por mí continuamente.
Concluyendo
En este artículo se ha hablado de los beneficios ocultos de la baja autoestima pero conviene expandir nuestro pensamiento y pensar en todos los beneficios ocultos que, por extraño que parezca, nos aportan todos nuestros problemas. Desde la inseguridad hasta la mala organización del tiempo, pasando por el vacío, el estancamiento o la falta de vocación. ¿Qué ventaja obtienes en cada caso?
Todos somos como Gregorio en algún aspecto de nuestra vida, paralizándonos ante los cambios por los nuevos retos que nos traen. Y por supuesto, todos somos como Rita en mayor o menor grado. Conviene no pensar en que «eso» sólo les pasa a los otros (¿verdad que mientras leías este artículo se te ha venido a la cabeza una persona que encajaba en esta descripción, pero no eras tú?), y antes de mirar la paja en el ojo ajeno, mirar la viga que tenemos en el nuestro, como dice el refrán.
¿Y tú, qué opinas de esto? ¿Alguna vez te has parado a pensar que tener una baja autoestima podría tener un retorcido motivo oculto? ¿Se te ocurre algún otro ejemplo de beneficios que pueden traer otros comportamientos, como las adicciones, el dejar todo para después o la autoexigencia desmedida?
A veces la única forma de salir de la tela de araña en que nos atrapan nuestras dificultades diarias es dejar de luchar contra ellas y comenzar a entenderlas. ¿No crees que esta es una forma más saludable y compasiva de enfrentarlas?
Créditos de la imagen: Self-portrait por Silvia Sala
7 Comentarios
Pues a mi si me ha gustado! Es mas, sabia que era más cómodo quedarse con lo ya conocido…pero ni idea de que tenía que ver con algún «beneficio oculto» que se obtuvo anteriormente y que de ahí que el «beneficio» se quedase enquistado (y que ves a saber cual es…)
Así que muchas gracias 🙂
(Y que vaya bien con los desfiles, que lo que me gustaba a mi Helena Barquilla…la de fotos que le hacia si salía en algún desfile que me llevaban a ver en el cole cuando estudiaba moda)
Hola Tomasi,
Me ha gustado eso del «beneficio enquistado», creo que es muy gráfico y explica bien lo que sucede con nuestros comportamientos. En un momento dado algo nos fue útil, y como el cerebro humano es muy conservador y registra todo lo que funciona, repite automáticamente este comportamiento en cada situación. Incluso aunque en el presente esto nos traiga problemas… Tenemos tanto que indagar y que aprender de estos beneficios ocultos.
Por cierto, me alegra que conozcas a Helena Barquilla!! 😀 La verdad es que en persona impresiona más que en las fotos, tiene una energía muy especial, ya os contaré!!
Un fuerte abrazo,
Amparo.
Me ha gustado mucho tu artículo, Amparo, gracias.
¿Qué ocurre cuando no tienes miedo? ¿cuando tienes autoestima? resulta que confías en ti pero al final siempre te acabas llevando los palos, acaba saliendo todo mal.
Qué ocurre si lo único que te falla es una cosa y eso no lo superas simplemente por que es lo que más odias hacer.
Resulta que ese beneficio de no asumir nuevos riesgos no lo tienes porque no te da miedo, pero no avanzas porque directamente no haces nada por conseguirlo. Entiendo que en realidad sí hay un miedo y un acomodamiento, aunque evite reconocerlo.
Muchas gracias.
Un abrazo.
Estimada Lola,
Muchas gracias por comentar. En primer lugar, hablas de que te falla una cosa y no lo superas porque «odias hacerlo y no haces nada para conseguirlo», no porque tengas miedo. Fíjate, yo sí veo miedo ahí… Y veo miedo porque si algo no te gusta nada, y lo odias, la verdad es que te da un poco igual conseguirlo o no. Si realmente te preocupa alcanzar algo, no hay «odio» en esa actividad, sino más bien miedo. A fracasar y por ello que tu autoestima se vea dañada, a ser rechazado, a no llegar a los estándares que tú u otras personas te han puesto.
Es decir, si yo odio estudiar arte, por ejemplo, simplemente dejaré la carrera y me dedicaré a otra cosa, y no voy a sentirme mal por no haberlo conseguido. Pero si yo digo que odio el arte, pero en el fondo me estoy preocupando porque no estoy sacando las notas necesarias o me disperso y no consigo concentrarme en el estudio, ahí hay algo más. Casi siempre es miedo.
Hay personas que dicen que «odian» el contacto con otros o pertenecer a ciertos grupos, por ejemplo, pero secretamente anhelan ser queridos, valorados, admirados dentro de ese grupo. Ese odio simplemente enmascara el miedo a no ser adecuados, a pasar por el mal trago de ser rechazados y juzgados.
La solución para todo esto, como apunto en el artículo, es en primer lugar REGISTRAR la verdad de lo que nos pasa, sin temores, siendo compasivos con nosotros, aceptando la realidad, tratándonos con ternura. Para esto a veces se necesita una ayuda externa y a veces no, cada uno tiene que saberlo. Y después, una vez que exista una valoración realista y compasiva de lo que nos sucede, plantearnos algo para cambiarlo, poco a poco, de la forma más fácil posible.
En fin, espero haberte ayudado un poquito. ¡Un gran abrazo!
Es un gran artículo Amparo, enhorabuena! yo personalmente tengo miedo al rechazo y eso me lleva a meterme en la cueva y no jugármela, el beneficio que obtengo es que salgo de la cueva en determinadas situaciones y con determinadas personas, y en esos momentos soy inmensamente feliz. Con el resto simplemente actuo con educación y cordialidad, en verdad no tengo claro si esto es bueno o malo para mí, pero sí es cómodo e inteligente (al menos eso creo), pero en el fondo de mí, me gustaría ampliar ese ratio a más gente y ese paso es justamente el crítico, ya que hay gente a la que aprecio mucho que no forma parte de ese ratio. Gran artículo, hace mucho de pensar. Un saludo a todos!!!
Hola de nuevo Anto, y como siempre muy agradecida por tu comentario,
Comentas que «sales de la cueva» en determinadas situaciones y con determinadas personas y eso ESTÁ BIEN. Porque te ofrece la garantía de que en ciertas circunstancias te desenvuelves favorablemente. Lo que si te animaría a hacer, sin forzarte a avanzar muy rápido (la prisa siempre es mala para el cambio), es ir poco a poco asumiendo nuevos retos en cuanto a la relación con nuevas personas. Lógicamente, antes de asumir un reto tienes que entender y estar dispuesta a afrontar un fracaso (es decir, un rechazo) y pensar qué vas a hacer si esto ocurre. Quizás necesites ir muy poco a poco, quizás puedas contar con la ayuda de otras personas, quizás puedes apuntarte a clases de oratoria, quizás puedes practicar a hablar en público empezando por grabar tu voz y un discurso, quizás puedes tener un plan de «recuperación» para sentirte bien si te sientes rechazada… Es decir puedes pensar en decenas de acciones concretas para hacerte el camino más fácil si verdaderamente quieres cambiar y estas dispuesta a asumir los riesgos del cambio.
Un abrazo!
Muy buen post. Muchas veces, ya tengamos alta o baja la autoestima, también actuamos de un modo que buscamos esos beneficios de los que hablas. Socialmente la baja autoestima se ve mejor que la alta, que se asocia a la prepotencia. Si en una conversación de tres fuera «me duele la cabeza» «ah si, pues a mí la cabeza y una muela» «pues yo la verdad es que intento cuidarme y rara vez me duele algo» ¿hacia quién irían las miradas reprobadoras?