El desarrollo personal está de moda y la palabra conciencia es una de esas que se utilizan sin parar. Escuchamos cosas como: «Tienes que elevar tu conciencia«, «aprende a vivir más conscientemente«, «una conciencia clara es necesaria para avanzar en la vida«.

Estas frases quedan muy bonitas pero son poco precisas. ¿Qué significa, de forma práctica, elevar la conciencia o vivir más conscientemente? ¿Por qué es necesario? ¿Cuál es el camino para llegar a eso?

El primer autor a quien he leído expresar con palabras sencillas qué es esto de «vivir conscientemente» ha sido Nathaniel Branden en su libro «Cómo mejorar su autoestima». En dicho libro, el Sr. Branden pone abundantes ejemplos de cómo la conciencia facilita o dificulta la vida de las personas, y por eso su idea resulta fácil de entender.

En este artículo he querido hacer lo mismo, por eso voy a tratar este tema fascinante de vivir con más conciencia a través de experiencias cotidianas en las que la mayoría nos podremos reconocer.

Mi intención final es que tomes conciencia (nunca mejor dicho) de que vivir con los ojos bien abiertos es la mejor opción posible.

¿Empezamos el recorrido?

Vivir con más conciencia, ¿qué significa?
¡Pinea este artículo!

 

Una definición rápida de conciencia

Para mí, una persona vive de forma consciente cuando ve y se da perfecta cuenta de lo que ocurre en su vida. Es decir, no niega ni maquilla la realidad, ni tampoco se escapa de ella a través de los viajes o la literatura. Simplemente ve las cosas como son… con su lado bueno, su lado malo y su lado regular.

Vivir conscientemente es tomar nota tanto las oportunidades como las amenazas que nos rodean, de nuestros aciertos y nuestros errores.

Y sobre todo: vivir con conciencia es escapar de la tiranía de las acciones y los pensamientos automáticos, esos que «nos salen sin querer y sin que podamos evitarlo».

Vamos a verlo con unos ejemplos:

 

Caso nº 1: cuando «pagamos» nuestro sufrimiento con los que nos rodean

Natalia se considera una mujer muy estresada. Trabaja en una empresa donde su jefa es una mujer amargada y rígida que no trata bien a sus empleados.

Tiene dos hijos pequeños y una casa enorme y preciosa que le parece menos preciosa cada vez que tiene que limpiarla. Para colmo, ella es la hermana mayor de su familia y siente que todos los compromisos familiares (cuidados, mediación, organización de eventos) le tocan a ella.

Se levanta a las 7 de la mañana y llega a casa a las 8 de la tarde, cansada y disgustada con su propia vida (aunque no lo sabe, y este es el problema, achaca todos sus males simplemente al «exceso de trabajo»).

En ese momento comienza la jornada de cenas, baños, limpieza y preparación del día siguiente junto con su marido, todo de forma mecánica y con el cansancio acumulado.

Por supuesto, cada vez que alguno de sus niños se queja de algo, o no quiere ponerse el pijama o llega con un aviso del colegio por no hacer los deberes, Natalia entra en cólera y descarga sobre él no sólo el enfado producto de ese momento, sino la rabia y la frustración del conjunto de su vida.

Ella no es consciente de esto (de cuan agotada está de su vida en general y el mal trato que recibe de su jefa y de su familia que delega en ella todas las responsabilidades) y culpa de sus males a su marido que no colabora y a los niños que son rebeldes y consentidos a pesar de que, supuestamente, «lo tienen todo».

Más de la mitad de los días toda la familia se van a la cama enfadados y al día siguiente, a las 7 de la mañana, el día vuelve a empezar sin que Natalia haga nada por revisar o cambiar su situación.

¿En qué consistiría expandir la conciencia en este caso? ¿Qué podría hacer esta mujer para vivir más conscientemente?

 

En primer lugar, Natalia podría abrir los ojos y observar que esos ataques desmedidos de ira no se deben, realmente, a la «desobediencia» de los niños.

Se deben a la rabia que ella no puede demostrar hacia su jefa, sus compañeros, su familia ascendente que la carga de obligaciones (casi que está más presente en su papel de «hija» que de «mujer, madre y esposa») y sobre todo la rabia hacia sí misma por no llevar la vida que le gustaría y creer que no puede hacer nada al respecto.

Todos explotamos con el más débil y si hay un niño o una persona desprotegida cerca, ahí vertemos nuestras frustraciones.

En segundo lugar, para no caer en los comportamientos automáticos (en este caso explotar de enfado, chillar e insultar) una persona consciente tiene que pensar en ALTERNATIVAS.

Por ejemplo, se podrían contratar los servicios de una persona que dejase la casa limpia y/o la cena preparada, para que el momento de llegar a casa fuera relajado y no una situación de agobio y estrés. El dinero estaría mucho mejor empleado de esta forma que con una semana de vacaciones en la playa.

Otra opción posible para las personas que soportan mucha tensión en el trabajo es dar un paseo por un parque bonito o tomar una infusión en una cafetería agradable antes de llegar a casa. Darse un espacio de media hora para revisar el día, disfrutar de un té rico y liberar tensiones puede ser una solución para disminuir los enfados. O quizás en viajar en transporte público para poder viajar leyendo un libro que transmita calma y serenidad.

En fin, da igual la alternativa, lo importante es que si uno es consciente de lo que le pasa, puede pensar varias opciones e ir probando hasta encontrar las que mejor le funcionen.

En tercer lugar, lo que todos podemos hacer antes de estallar de rabia ante cualquier persona cercana (porque obviamente no estallamos con un cliente, o con una persona que apenas conocemos, sino que nuestros enfados «se los chupan» quienes viven con nosotros) es darnos cuenta de que eso que estamos haciendo no está bien y no nos trae bienestar.

Si durante cincuenta veces nos damos cuenta de que dar un grito o insultar a la otra persona no beneficia a nadie, la vez número cincuenta y uno vamos a hacer algo diferente…

Así funciona la conciencia: uno se da cuenta de que un comportamiento le dificulta la vida, y lo sabe, y lo razona una vez que ha ocurrido, y tras cincuenta veces de darse cuenta después de que suceda, llega un día en que es capaz de reprimirlo antes.

Si de veinte veces que tenemos el impulso automático de hacer o pensar algo, podemos al menos cambiar esta acción una vez, ya estamos avanzando, y mucho.

 

Así que vale la pena perseverar en esta actitud de observar qué nos hace daño, y hace daño a las personas que queremos, para poder prevenirlo al menos una vez de cada veinte.

 

Caso nº 2: cuando nos evadimos continuamente de las dificultades y los problemas

José es una persona que todos califican como dinámico y divertido. Tiene aficiones e intereses que le hacen estar todo el día activo: la fotografía, el cine, los viajes, el arte, la lectura. Está soltero pero no le faltan relaciones amorosas y tiene un buen trabajo que le permite vivir desahogadamente y hacer viajes lejanos cada cierto tiempo.

Cuando le preguntan si tiene algún problema o dificultad en su vida siempre contesta que NO y no es porque mienta, sino porque realmente lo siente así. José es incapaz de sentir la tristeza, el vacío o el dolor de la vida, sencillamente porque desconectó de eso hace mucho tiempo…

Su mecanismo para sobrevivir fue justamente ese: la evasión, la desconexión, y actúa así de manera automática. De hecho él suele rehuir los debates profundos y las personas pesimistas que le traen lo que no quiere ver.

La vida de José va viento en popa (amigos, risas, viajes, exposiciones, ascensos en el trabajo, consideración social, buena música) hasta que el destino, que es sabio y caprichoso, hace que sufra un accidente al bajar una escalera y se fracture la rodilla y el tobillo, lo cual le obliga a pasar más de dos meses en casa y guardando reposo.

A partir de ese momento la vida de José se empieza a desmoronar y su estado de ánimo da un vuelco que los que le rodean no parecen comprender. Por primera vez desde hace mucho tiempo, José se ve enfrentado a su impotencia, sus dificultades y su propio dolor. Si generalmente escapaba de estos sentimientos a través de viajes emocionantes, deporte o fiestas, ahora no puede hacerlo.

Además, como llevaba una vida un tanto superficial, no advirtió que la mayoría de sus amigos eran de este tipo y ahora se enfada y los critica cuando no acuden a su casa a verlo (aunque él, obviamente, habría actuado de la misma forma en el pasado).

Una persona inconsciente achacará de todos sus males al desafortunado accidente, sufrirá, se enfadará con todo el mundo y al acabar la recuperación seguirá con el mismo comportamiento evasivo y superficial de antes. Hasta que el próximo golpe del destino lo enfrente de nuevo con las debilidades de su vida.

Por el contrario, una persona que vive con conciencia y con los ojos bien abiertos, habría establecido unas buenas bases para que esta circunstancia desagradable (el accidente) no fuera un suplicio. Por ejemplo, se habría rodeado de amistades que no están ahí sólo «para pasarlo bien» sino por cariño y por lealtad, y que acudirían de visita frecuentemente.

Finalmente, una persona consciente tomaría ese accidente no como una fatalidad, sino como un aviso para recuperar la vida interior, la calma, la paciencia y el contacto con uno mismo.

 

En resumen

Podríamos poner muchos ejemplos sobre cómo vivir de forma inconsciente o desconectada nos lleva a una espiral de problemas y sufrimiento cada vez mayor. Por el contrario, cuando uno se da cuenta realmente de lo que le pasa, de dónde está el problema, es en ese momento y sólo entonces cuando puede poner los remedios necesarios.

Vivir con conciencia es cambiar las acciones automáticas (explotar de ira, evadirse de los problemas, no hacer nada porque nos da mucho miedo) por decisiones. Es llevar a cabo acciones concretas que nos benefician a nosotros y a los que nos rodean.

Vivir con conciencia es decir: «a ver qué pasa aquí» y revisar cada área de la vida haciéndonos las siguientes preguntas:

  • ¿Qué está fallando?
  • ¿Qué me aleja de la felicidad o de la armonía?
  • ¿Qué necesito?
  • ¿De qué estoy huyendo continuamente?
  • ¿A quién puedo pedir ayuda?

Vivir con conciencia, por último, es darnos cuenta de que estamos contribuyendo a muchas cosas que nos pasan.

Si estamos bien y disfrutamos de relativa paz y alegría, es que hemos ido tomando decisiones inteligentes en nuestra vida. Si por el contrario sufrimos, o estamos bien hasta que cualquier dificultad nos lanza a un abismo oscuro (como en el caso de José) es que estamos permaneciendo ciegos a algunos problemas.

¿Cuál es tu caso?

¿En qué lugar te encuentras?

¿Eres consciente de lo que sucede en tu vida, tanto lo positivo como lo negativo, y de cómo podrías cambiar la situación? ¿O más bien te dejas llevar por la vorágine cotidiana sin preguntarte demasiado?

Puedes vivir perfectamente con los ojos cerrados, culpando a los demás de todo y sin entender el significado profundo de los hechos dramáticos que te aparecen sin haberlos previsto. Muchísima gente lo hace así…

O bien puedes elegir vivir de forma madura, conectada y responsable, con los ojos bien abiertos a la felicidad y al dolor de la vida.

 

Sea cual sea, la decisión es tuya: ¿qué eliges hacer?

 

reflexion

 

Espero que te haya resultado interesante este artículo ¡me encantará escucharte en los comentarios!

 


Créditos de las imágenes:

Imagen destacada: heaven knows that you’re with me now de Jenavieve via Flickr Creative Commons

Imagen final: A través de Unsplash

 

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13 Comentarios

  1. Gracias…parece obvio,pero se nos olvida ser conscientes cada día.Hoy me duele a mí la colleja de hace dos días a mi hijo, que iba con un plus de cosas por las que el no tiene la culpa.Paremos, respiremos y seamos conscientes.

    • Buen comentario consciente Mary, efectivamente pagaste con tu hijo un plus de cosas de las que él no tenía nada que ver (lo hacemos todos, con nuestros seres queridos). El siguiente paso es darse cuenta cada vez, todos los días, y revisar de dónde viene esa furia interna. Un abrazo!

  2. Gracias.Cuanta sabiduria hay en este artículo.Me doy cuenta que la mayoria de personas vivimos inconscientemente,hacia afuera.BUscamos sin cesar todo tipo de evasiones para tapar ese vacio.Por eso cuando volvemos de las vacaciones nos invade la tristeza,eso que llaman estres postvacaconal.Si fuéramos conscientes,nos daríamos cuenta de que algo en nuestra vida cotidiana no funciona.Es más cómodo y rápido y así salismos del paso,ponerle un nombre.
    Buen dia.

  3. Hola Mariña, qué bonito comentario, muchas gracias!
    Es tal como dices, solemos utilizar los viajes y las vacaciones como evasión de una vida que no nos gusta y claro, al terminar el viaje y volver a nuestra vida, la realidad nos deprime… Lo llamamos «estrés posvacacional» como si fuera algo ajeno a nosotros, cuando quizás sería más exacto (y doloroso) llamarlo «ceguera y evasión de nuestras dificultades»
    Hay mucho que pensar, escribir y actuar sobre esto… No obstante, ver con claridad este patrón en nuestra vida ya es un GRAN pasó hacia una mayor conciencia. Un fuerte abrazo!

  4. Vanessa Valencia Responde

    Recién afloró en mi mente el término y empecé a buscar información que validaran mi autoanálisis de muchas situaciones que estoy viviendo. Me encantó su artículo, profundo, directo y preciso. Me gustaría seguir leyendo el contenido de su blog. Felicitaciones y éxitos!

    • Amparo Millán Responde

      Querida Vanessa,
      Me alegro mucho que hayas encontrado inspiración en este blog 😀 Muchas gracias por tan bonitas palabras sobre mi trabajo.
      Si quieres recibir mis artículos en tu correo electrónico te invito a suscribirte al club de los sábados, es gratis y puedes darte de baja cuando quieras –> http://www.puedoayudarte.es/unete
      Un abrazo!

    • Amparo Millán Responde

      Me alegro Natalia y muchas gracias por comentar! 🙂

  5. La verdad, super interesantes tus artículos, me aportan mucho. Muchas gracias !
    Te leo desde Uruguay!
    Saludos!!

    • Amparo Millán Responde

      Hola Verónica!
      Qué bueno tener lectoras desde tan lejos 😀
      Espero que este blog siga siendo de inspiración para ti mucho tiempo.
      Un abrazo.

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