¿Te machacas cuando no acabas el trabajo que tenías pensado hacer?

¿Da igual lo bien que hagas algo, porque sientes que nunca suficiente, que no es para tanto?

¿Te da pavor a equivocarte y te cuesta celebra tus logros?

Si es así, no dejes de escuchar este entrevista entre una servidora, Amparo Millán, y Nuria Peco, copywriter y emprendedora. Es una de las mejores entrevistas que me han hecho nunca (seguramente porque Nuria me conoce bien y ella misma ha trabajado con mi masterclass «Decir adiós a la autoexigencia«) y además hay una sintonía entre nosotras que nos hace muy fácil profundizar sobre este tema.

Antes de nada, te presento a Nuria. Ella es  publicista, copywriter y curiosa empedernida. Tras muchos años trabajando con emprendedores tiene claro que para crecer con su negocio el autoconocimiento, el bienestar y la comunicación no son negociables. Para Nuria el crecimiento personal y profesional van de la mano y en su podcast «Dicho esto…» comparte información y herramientas de autocuidado, comunicación e historias inspiradoras de otros emprendedores y sus proyectos.

En este episodio de su programa, hablamos de uno de los peores enemigos de los emprendedores, y en general yo diría de cualquier persona que aspira a autorrealizarse: la autoexigencia.

Hablamos del fatídico triángulo de la autoexigencia (la sobrecarga, el perfeccionismo y la sensación de «nunca es suficiente»), de por qué esta actitud es más común en personas sensibles e inquietas y también de herramientas concretas que puedes empezar a implementar para deshacer estos patrones desde hoy mismo.

Aquí tienes el episodio completo, espero que lo disfrutes y sobre todo, que te abra los ojos a lo importante que es tratarte bien y trabajar CON disciplina pero SIN autoexigencia.

¡Arrancamos!

 

 

Si tienes problemas para escuchar el episodio en Spotify, puedes escucharlo y descargarlo para tenerlo disponible sin conexión desde esta dirección de iVoox.

 

Transcripción del episodio:

Nuria: Amparo Millán, bienvenida al podcast.

Amparo: Muchísimas gracias, Nuria, un placer enorme estar aquí y el tema que has elegido, que vamos a empezar ahora, me parece apasionante.

Nuria: Totalmente, estábamos comentándolo antes de entrar en la grabación, que es un tema que tiene que estar sí o sí en este podcast para emprendedores porque es un temazo, que es importante que conozcamos, y que profundicemos en él, y Amparo es la persona perfecta para hacerlo.

De hecho, voy a presentarte para quien no te conozca: Amparo es coach personal y trabaja el autoconocimiento profundo para personas inquietas, con tres palabras clave: calidad, confianza y propósito. Ha creado un montón de formaciones, de programas, yo soy muy fan tuya, ya lo sabes.

Además, es autora del libro Cómo tomar decisiones difíciles y estás preparando el segundo libro.

Amparo: Así es, me está costando mucho este segundo libro, pero que algo sea difícil no es motivo para dejar de hacerlo, así que ahí estoy. 😉

Nuria: Pues bueno, vamos al lío, Amparo, ¿te parece? Temazo, la autoexigencia. Lo primero, vamos a ponerle cara a esto de la autoexigencia, qué es, de qué está hecha y luego entraremos en autoexigencia para emprendedores, pero primero vamos a ponerle cara este enemigo. Cuéntanos.

Amparo: Sí, pues mira, yo definiría autoexigencia como una rigidez y una demanda excesiva hacia uno mismo. Por ejemplo, proponerme hoy hacer 20 cosas cuando mi energía sólo está para hacer 10, proponerme hacer un trabajo demasiado perfecto cuando estoy empezando y sobre todo, y eso lo vamos a ver a continuación, el que yo nunca llegue a sentirme realmente orgullosa de lo que hago.

Y mira, comentábamos hace un momentito, fuera de micrófono Nuria y yo, que a mí este tema me parece especialmente interesante porque es curioso que ataca con más saña a personas que son talentosas, conscientes, que tienen afán de servicio y un deseo sincero por mejorar. Entonces es curioso cómo a veces, cuanto más tenemos estas actitudes, más autoexigentes somos y esto es injusto, es injusto que yo tenga estos talentos y esta generosidad natural y me trate tan mal.

¿Cómo es posible que tantas mujeres, sobre todo, aunque también hay algunos hombres, tengamos este látigo tan horroroso y no nos permitamos brillar y sobre todo ser felices, disfrutar de lo que hacemos?

Y podemos preguntarnos, ¿de dónde viene este patrón de conducta? Pues este patrón interno es aprendido al 100% y prácticamente proviene de nuestros padres, en un 90%. Podemos decir que del 10% restante puede ser de profesores, compañeros, amigos. Pero al final lo que nos decimos a nosotros mismos, yo me he dado cuenta, es lo que alguien muy importante (como papá o mamá) nos dijo, calcado.

Si yo me digo a mí misma que «soy un fracaso», es porque anteriormente alguien me dijo, o me hizo sentir, como un fracaso. Si yo me digo a mí misma «nunca hago nada bien», es porque alguien me hizo sentir que nunca hacía las cosas bien. O que hago algo bien, pero algo me dejo atrás.

Mira, no sé si recuerdas, Nuria, que en el curso que tengo yo de autoexigencia hubo en su momento tres clases en vivo, que luego también las estoy pasando a la gente que ha comprado el curso después. Pues en una de esas clases en vivo hubo una intervención muy conmovedora de una chica que se identificó con un ejemplo que yo decía, el de la niña que saca muy buenas notas y llega a casa esplendorosa con su 9, su 10, su 8,5. Pero sus padres en vez de felicitarla le dicen: «ah bueno, sí, las notas muy bien pero es que mira cómo tienes tu habitación.«

Entonces yo llego con un triunfo y es como, «vale, las notas muy bien pero mira qué mal haces esto otro». Con lo cual nunca puedo sentirme realmente satisfecha.

Y esta chica comentaba en la clase en vivo «pero es verdad que yo mi habitación no la tenía ordenada, entonces mis padres me lo tenían que decir». Y yo le respondía: «bueno, pero hay otros momentos para decirte esto, no justo cuando tú llegas con tu triunfo«. 

Por ejemplo, si alguien te prepara una comida muy rica y tú le dices: «la comida riquísima, pero ¿te acuerdas que ayer te enfadaste conmigo?» lo veríamos de mala educación, una descortesía, y sin embargo con los niños lo hacemos. Les decimos «ay, bueno, sí, hoy te has portado muy bien, pero ayer mira la que me liaste«.

Entonces al final todos estos patrones de no sentirnos complacidos con lo que somos y hacemos, porque siempre hay algo que podríamos haber hecho mejor, son 100% aprendidos.

No es que uno haya nacido autoexigente, o incapaz de ver sus talentos, es que los adultos cuando éramos niños no vieron estos talentos, o no los alabaron como se merecían, o pusieron más ahínco en nuestros errores.

Y mira, Nuria, tú que tienes un podcast para emprendedores, y que eres también emprendedora, sabrás que somos un círculo de gente generalmente inconformistas, quizá incluso un poquito outsiders del sistema. Deduzco que todos los emprendedores, de niños, hemos tenido patrones similares de inconformismo, de rebeldía, de decir lo que nos parecía mal sin pudor, y eso a veces nos pudo suponer castigos, o una mirada de:  «a ver por qué no eres como todo el mundo, como la vecina que no da un problema y se amolda«.

Como decía, es un colectivo el de los emprendedores donde la autoexigencia está muy presente y donde a veces no valoramos nuestros talentos porque no fueron valoradas esas capacidades un poco diferentes cuando éramos niños. Igual se te valoraba que sacaras muy buenas notas pero tu creatividad natural, o tu inquietud, era una rareza, como «ya está mi hija con sus locuras«.

Nuria: Es muy importante reconocer esto de dónde viene, pero sin ánimo de culpabilizar ni sin ningún tipo de reproche, ¿verdad? Porque al final yo creo que todos los padres hacen lo mejor que pueden con lo que tienen, pero sí que me veo reconocida en ese comentario de esa chica porque yo también lo he pasado, el llegar a casa con unas notas muy buenas y a lo mejor mi padre decía «vale, pero ¿y este notable? ¿Y este bien?» Y yo decía «jodxr, papá, ¿en serio?».

Entonces claro, esto que parece una tontería sí que siento que se va como introduciendo ahí, poquito a poco, «no es suficiente, tienes que tal, tienes que cual» y se van acumulando esas capas, y así pasa lo que pasa: que al final si nos ponemos 20.000 tareas da igual que hagas 19.000, que ya son, porque no vas a llegar a tu objetivo y la frustración que te queda va a eclipsar todo lo demás.

Amparo: Esa es la pena, Nuria, que te pones como tú has dicho 20.000 tareas, haces 19.000, que es un montón, pero esas que te han quedado son las que te repite tu voz interna y las que no te permiten esa cosa tan bonita que es sentirte orgullosa de ti.

Y ahora que estamos hablando de la infancia, pues este es un tema sensible, muchas personas dicen: «ay, no quiero culpar a mis padres«. Pero en este punto hay que tener en cuenta algo importante: pueden coexistir el que tú tengas compasión hacia tus padres con el hecho de que también sientas que lo hicieron mal y eso te dolió.

A veces vemos esto como una dicotomía, como si el hecho de sentir dolor por lo que me hizo mi madre o mi padre, significase que no los quiero o que no comprendo de dónde vienen, ¡es que pueden coexistir ambas cosas!

Aunque también es verdad que yo me he topado, trabajando con la técnica de la biografía humana de Laura Gutman, con actuaciones de ciertos padres muy, muy cuestionables. Hechos crueles por los que los padres jamás pidieron perdón ni reconocieron sus errores. Entonces, bueno, en ese caso yo tampoco tengo que disculpar a alguien que piensa que ha hecho todo bien y que encima me está diciendo que yo soy una desagradecida como hija.

Pero bueno, esos son casos un poquito extremos, la verdad es que yo puedo sentir dolor por lo que pasó y a la vez decir: «amaba a mi padre, era buenísimo en algunas cosas, pero en esto (por ejemplo su autoexigencia) me hizo daño.» Pueden coexistir ambos pensamientos. 

Nuria: Exacto, es como ver toda la luz y la sombra y decir: «bueno, pues acojo todo lo que hay». Sabiendo a dónde te ha llevado esto y tomando responsabilidad ahora como adulto en querer trascenderlo, en querer trabajarlo.

Amparo: Así es, porque ya cuando tenemos 30, 40, 50 años, hay que empezar por desmantelar estos patrones nosotras. Hay que dejar de victimizarnos y ponernos manos a la obra para construir nuestra mejor vida posible y un trabajo que sea gustoso.

Nuria: Eso es, y ahora cuéntanos, Ámparo, ese triángulo de la autoexigencia que mencionaste al principio.

Amparo: Sí, a ver, yo he definido autoexigencia como una actitud de demanda excesiva. Pero cuando la miramos más atentamente hay tres componentes en los que la podemos dividir, tres formas específicas de comportamiento de las personas exigentes.

El primero de estos componentes es la sobrecarga, que significa que nos ponemos tareas más allá de lo que humanamente podemos hacer. Y verás, conozco un test muy rápido para saber si eres autoexigente o no, es el siguiente: ¿tú lo que te propones en el día, o la semana, lo acabas todo sí o no?

Nuria: Pues yo no.

Amparo: ¿Verdad? Yo tampoco, lo confieso. Y lo intento, mira que lo intento. Así que fíjate qué cosa, si yo el 90% de las veces no acabo lo que me propongo, es que me estoy proponiendo demasiado.

Y no hay más análisis que hacer, porque uno podría pensar «pero es que no soy suficientemente productiva«, pero en realidad si 90% del tiempo no acabas lo que te propones, es que en este momento no cuentas con más productividad, más recursos o más ayuda.

Así que esta es la primera reflexión que yo le lanzo a los que nos estén escuchando: si no acabas generalmente tus tareas es que estás cayendo en la sobrecarga, punto. Lo normal sería que el 80% del tiempo acabaras en el día o en la semana lo que te has propuesto. Si no es así, te estás sobrecargando.

Nuria: Esto también tiene que ver, Amparo, con el autoconocimiento ¿no? Es decir, saber qué días son más productivos.

Amparo: Sí, pero cuando llevas ya un tiempo emprendiendo y «ya sabes» cómo funciona, no tiene sentido seguir poniéndonos más de lo que podemos hacer. Mira, yo llevo 10 años emprendiendo y no tiene sentido que a estas alturas me siga propasando en mis tareas, porque es verdad que al principio podemos hacer errores de cálculo. Es decir, creer que las cosas nos van a llevar menos tiempo del que suponen en realidad. Pero ya después de dos, tres, cinco años  emprendiendo, no debería errores de cálculo. Lo que hay es autoexigencia y un querer hacer más de lo que yo humanamente, con mi nivel, puedo hacer.

Por lo tanto, la sobrecarga sería el primer ingrediente, que está casi siempre presente, de este «triángulo de la autoexigencia». El segundo es el perfeccionismo.

Nuria: Qué bueno, de eso se habla mucho también.

Amparo: El perfeccionismo es ese miedo a fallar y esta dilatación excesiva de los tiempos porque quiero hacer algo súper perfecto.

Nuria: Sí, del perfeccionismo sí que se ha hablado mucho en el tema de los emprendedores. Nos lleva a hacer cosas como formarnos continuamente y nunca lanzar un proyecto. O eso, trabajar el 80% del tiempo en crear contenido en vez de conseguir clientes. Hay muchas estrategias en este sentido.

Amparo: Básicamente el perfeccionismo parte de un miedo al error. Como si el hecho de alguien detectara en mí una debilidad, supusiera que yo me hundo como persona. Y a ver, es verdad que en entornos laborales y de emprendimiento, si soy una persona experta, tengo una responsabilidad sobre mi cliente. Pero una cosa es una responsabilidad sana, de hacer mi trabajo lo mejor posible porque me están pagando por esto, y otra cosa es ese querer ser infalible, no tener errores y que me dé mucho miedo que me hagan una crítica. Ahí es donde se encuentra la autoexigencia.

Y algo importante, sobre todo para los emprendedores, para no caer en el perfeccionismo es darnos los primeros años de nuestro proyecto un espacio de prueba-error.

Nuria: Sí, qué importante.

Amparo: Yo recibí un mal consejo cuando empecé como coach, que lo quiero decir aquí, porque en general se ve como un buen consejo. Cuando empecé a trabajar con mi mentora, que por otro lado trabajé súper bien, tengo mucha gratitud, ella siempre me hablaba de subir mis precios. Me decía: «es que te pones precios muy bajos, es que tu trabajo vale más y tienes que demostrarlo subiendo el precio.»

Y el hecho de querer subir mis precios a mí me generaba una tensión innecesaria y me hacía más difícil conseguir clientes. Así que si miro atrás, pienso que quizás empezaría poniéndome el precio aún más bajo y trabajando más para acumular experiencia.

O sea, es un error que tú empieces como coach, como copy, como diseñador, con unas tarifas muy altas como para dar a entender que tienes un expertise que en realidad no tienes. Y te pierdas la oportunidad de decir: «bueno, es que durante dos años voy a trabajar con precios económicos, incluso gratis, porque lo que busco es crecer, desarrollarme, adquirir experiencia y tener buenos testimonios«.

Yo ahora lo que aconsejo es que, si tú quieres trabajar en algo emprendiendo, pongas una tarifa que tú sientas justa (importante, no hablamos de tarifas ridículas) pero que no sea demasiado alta, porque lo que tú quieres el primer año de emprendimiento no es ganar dinero. Lo que necesitas es trabajar un montón, tener un montón de clientes, que te lleguen otros por el «boca a boca». Eso es lo que te interesa, no estar ahí con unas tarifas altas que te hacen sentir inseguro (¿valdrá mi trabajo esto realmente?) y entonces no ofrecer tus servicios o que la gente dude y no trabajar lo que necesitas.

Yo esta estrategia también la escuché de Ángel Alegre, que no sé si lo conoces, tiene un blog muy famoso llamado Vivir al Máximo. Él explicaba que una de sus alumnas empezó a dar charlas gratuitas en varias universidades, para acumular experiencia y testimonios positivos (y al ofrecer gratis sus servicios, pues las universidades no se negaban, ¿qué tenían que perder?). No es una mala acción. Uno puede decir: «pero es que estás dando gratis tu conocimiento». Bueno, pero es que estás empezando, esto lo harás sólo en este momento de tu proyecto.

Yo, por ejemplo, a veces me he planteado que me gustaría dar algún tipo de conferencia en entornos académicos,  como universidades o institutos. Me planteo que empezaría cobrando nada, o quizá muy poco, porque lo que me interesa es el feedback. Adquirir experiencia y ver cómo resultan estas charlas.

Nuria: Totalmente. Además, que realmente no es gratis. Yo sí que soy partidaria, obviamente, igual que tú, de un precio justo por lo que haces, pero es que a veces no cobrar el dinero no implica que no estés recibiendo algo muy importante a cambio. Yo llevo muchos años emprendiendo, tú lo sabes, y de hecho en un par de meses voy a dar una formación y no voy a cobrar dinero por ella, porque para mí es algo estratégico. Voy con unos objetivos de visibilidad, de trabajar mi autoridad, de captar clientes, de recibir inputs, para probar si la formación está bien estructurada o no. ¡Es que recibes tanto!

Amparo: Y además esto tiene una consecuencia muy interesante desde el punto de vista de la autoexigencia que es que te permites arriesgar y cometer errores. ¿Por qué? Porque cuando tú das algo sin coste puedes innovar, puedes fallar, porque al final cuando no te están pagando en dinero, no tienes tanta presión. Hombre, evidentemente tú quieres hacerlo siempre lo mejor posible, pero te permites más el que algo no sea perfecto.

Fíjate, yo empecé haciendo mis sesiones de tarot terapéutico por un precio irrisorio, pero justo eso me dió una libertad que es lo que necesitaba para empezar un proyecto tan novedoso.

A veces el perfeccionismo viene de querer ponernos demasiada presión y demasiadas expectativas y a veces bajarlas puede ser tan sencillo como hacer algo bien pero sin cobrar, para así permitirnos innovar, aprender y, como tú dices, tener una visión estratégica y llevarme feedback. 

Si tú empiezas cobrando 3.000 euros por una conferencia, pongámoslo así, pues por un lado eso está muy bien porque te has atrevido y reconoces tu valor, pero ¿sabes lo que te puede a ti causar esta presión cuando estás empezando? Puede ser que lo hagas peor por el miedo al error o el temor a no llegar a las expectativas que has establecido con tus tarijas. Entonces bueno, en resumen, la manera de luchar contra el perfeccionismo es realmente permitirnos en ciertos momentos fallar, jugar y probar.

Nuria: Sí, como ex perfeccionista puedo decir que en eso he avanzado, en lo de eliminar la sobrecarga, no, pero es verdad que en el perfeccionismo, sí. 

Aunque bueno, hablando de la sobrecarga, la semana pasada cumplí mi objetivo y me sentí tan bien que dije: «esto, tengo que repetirlo». Qué maravilla, ¿sabes? Tacharlo todo de la agenda. Pero bueno, el perfeccionismo también, bajo mi punto de vista, viene mucho de la sociedad en la que hemos crecido, que es muy diferente a otras en las que se premia ese error, en las que se premia intentarlo, en las que realmente no hay un error sino que se mira el aprendizaje.

Aquí (en España) yo creo que estamos muy encorsetados en no destacar, en a ver qué van a decir, a ver qué van a pensar. Y eso, si ya vienes con una serie de cositas tuyas internas, le sumas que tu autoestima tampoco la tienes muy allá, ostras, es que acabas trabajando con una coraza que no te permite disfrutar y equivocarte.

Y mira este podcast, Amparo, es una prueba de adiós perfeccionismo. O sea, el pepino este de micrófono que ves delante, lo tengo hace dos días, ¿sabes? Dije, «no me va a parar». Porque al final nos perdemos tantas cosas por exigirnos, por apuntar a un supuesto perfeccionismo, que es que nos estamos perdiendo la vida prácticamente.

Amparo: Tienes razón en que la sociedad española, que es de donde tú y yo venimos, bueno, yo nací en el 83, yo creo que tú más o menos lo mismo, Nuria.

Nuria: Yo en el 79.

Amparo: Pues que esta sociedad es tradicional y penaliza el error. Australia, Estados Unidos, ahí se ve otra mentalidad. Es verdad que en España, y yo me acuerdo cuando éramos niñas, y también más adelante en el instituto, destacar estaba mal visto, o sea, el mensaje era «quédate en el nivel de todo el mundo». Nuestros padres tenían aversión al error.

De hecho, España se conoce como un país de funcionarios. Aquí hay terror a probar, a intentar, porque si tú intentas algo, por ejemplo un negocio y no sale, tienes como el sambenito de que has equivocado. La mentalidad española actualmente es así, muy de «el error es malo» y «no arriesgues» y «ve a lo seguro» y «no destaques mucho». Entonces, sí, además de lo que cada uno traiga de su propia infancia, la impronta de la sociedad es evidente que está ahí.

Nuria: Sí, totalmente. Bueno, dos temazos hasta ahora, sobrecarga y perfeccionismo, vamos a por el tercero. El tercer vértice de ese triángulo de la autoexigencia.

Amparo: Pues mira, para mí ese es el peor, aunque parezca menos lesivo, y es lo que yo llamo el «nunca es suficiente».

El tercer componente de la autoexigencia es no sentirme nunca como que lo he logrado, como que mi alegría siempre tiene una mancha. Como decíamos antes, yo puedo haber trabajado bien esta semana, pero no lo siento, no me siento exultante, no siento que tenga motivos para felicitarme, nunca siento que tenga motivos para decir «soy buen profesional». Entonces esta es una sensación como de recato a la hora de mostrarme contento por mis logros, y para mí es dolorosísimo.

Mira, hace unas semanas, de manera muy casual, me apareció en Instagram un anuncio de un fotógrafo callejero que paraba a gente normal por la calle para hacerle fotos, a quien le llamaba la atención. En ese momento él estaba en Francia.

Entonces pasó por delante suyo una mujer parisina elegantísima, preciosa, la mujer tendría unos 50 y pico, o 60 años, el pelo cano, pero muy estiloso. Y bueno, él le dijo que le había llamado la atención y por ello quería fotografiarla, pero antes le propuso: «cuéntame un poco de ti, porque antes de echarte las fotos quiero conocerte«. Y la mujer se sinceró, es curioso, porque no conocía a este fotógrafo de nada, y contó que ya estaba retirada del trabajo, pero que había tenido un cargo muy importante, abogada o algo así. Ella contaba que nunca había sentido que lo había hecho bien, y además contaba que también era madre, y decía que nunca había sentido que lo había hecho bien como madre. Por otro lado, la mujer era objetivamente muy guapa y estilosa, pero dijo que nunca se había sentido especialmente guapa. O sea, era una sensación de, tenemos delante a una persona que es talentosa de verdad, que es buena madre, que es preciosa objetivamente hablando, y sin embargo ella nunca se ha apropiado de eso. Para mí esto es lo peor de la autoexigencia, el no apropiarte de lo bueno que tienes.

Y yo creo que eso también tiene mucho que ver con que cuando fuimos niños tampoco nuestros padres, o la gente que nos crió, expandió nuestro talento, y expandió nuestro brillo, no nos dijeron: «es que vaya ojos bonitos que tienes, es que vaya cuerpo precioso, es que vaya pelo, es que vaya creatividad que tienes, es que me encanta tu valor, tu valentía…»

O sea, a veces no nos criticaron, lo cual no está mal, pero tampoco nos amplificaron, por decirlo de alguna manera. Entonces nosotros vamos creciendo pensando que el hecho de que yo sea una persona super creativa es algo común y corriente, nada especial, o que el hecho de que yo sea disciplinada es algo normal y no tiene nada de meritorio.

Fíjate, a los que nos escuchen que sean padres por aquí, además de emprendedores, les recomiendo que, de una manera sincera, porque no vale hacerlo falso, destaquen los rasgos positivos de sus hijos.

Y para ello, primero observa a tus hijos, obsérvalos sin decir nada. Y cuando tú veas algo que sea relevante y te sorprenda, entonces lo dices, entonces y solo entonces, porque si no queda falso.

Igual con tus amigos, ¿no? Si ves algo en ellos, que tienen un estilo especial, o una dulzura especial o hay una persona en tu entorno que es super arriesgada y tiene visión de futuro, DÍSELO. Porque todos tenemos una carencia enorme de que nos digan nuestros talentos, pero enorme. Tenemos muy claros nuestros defectos, a veces parece que  nos recreamos en ellos, sin embargo las virtudes… es como… «bueno está». Las reconocemos pero tampoco nos entusiasman.

Imagínate acabar la semana, Nuria, y esto es algo que personalmente estoy trabajando mucho, y al ver las cosas que has terminado decirte: guau, pero qué bien lo he hecho. Yo también me suelo decir: «gracias, Amparo, felicidades, enhorabuena» y no de forma falsa, sino de verdad.

Cuando acabemos esta entrevista, Nuria, quiero que pensemos las dos: «qué bien nos ha salido, qué bien hemos conectado, qué bien hemos comunicado» y de verdad sentirlo y celebrarlo. No decir:  «ay, bueno, no ha estado mal, venga, la siguiente tarea, a ver cuál es».

Nuria: Yo ya lo estoy pensando, Amparo, ya lo estoy disfrutando mucho.

Amparo: ¡sí, yo también! 

Nuria: Y fíjate, Amparo, creo que también tiene de nuevo mucho que ver la sociedad en la que estamos, esa sociedad en la que se normalizan las respuestas planas. Hola, ¿cómo vas? Bien, bien, chao. Imagínate que cuando alguien te dijera: ¿Hola, qué tal? le contestaras: «Guau, estoy de p**a madre, súper bien. Además, he hecho un gran día de trabajo hoy«. Te miraría como si fueras una extraterrestre y pensaría «pero como eres tan… tan creída» ¿pero qué hay de malo? En serio, ¿qué hay de malo en reconocerse lo que uno hace bien?

Debería ser algo obligado todos los puñeteros días decirnos lo que hacemos bien. ¡Quitémonos ya tanta falsa humildad y tanto complejo, por dios!

Amparo: ¿Sabes lo que hay de malo, Nuria? Que cuando tú a alguien le expresas con esta alegría que te sientes muy bien por lo que has hecho, le das en el punto de dolor de que ella no puede hacerlo. Entonces es como…

Nuria: Te pones el espejo delante, ¿no?

Amparo: Claro, esa persona se da cuenta de su limitación, de que no puede reconocerse lo que hace bien. Y eso duele, y molesta. Y a ver, aquí algo importante: si ves a alguien sufriendo por algo, evidentemente tu empatía va primero y no le vas a restregar que a ti te va todo genial. Pero si hablas con alguien que está normal, está bien y te pregunta sinceramente cómo te va, ¿qué hay de malo en decirle que te sientes exultante, por ejemplo, o que has sido increíblemente productiva?

Así que mira, vamos a dar como recomendación para decir adiós a la autoexigencia también esto que has dicho: cuando alguien te pregunte y sientas que has hecho un día verdaderamente brutal de trabajo, o que te haya salido una oportunidad excelente, coméntalo con alegría , claro que sí.

Nuria: Y con orgullo también ¿verdad? porque al final, los emprendedores trabajamos mucho Amparo, mucho. Bregamos contra muchas cosas, entonces, jod*r, vamos a reconocernos un poco más lo que hacemos. 

En resumen, señores emprendedores, gente emprendedora que nos escucha, repasamos los tres componentes de la autoexigencia: sobrecarga, perfeccionismo y el nunca suficiente. Que levante la mano quien no los ha sufrido.

Ahora bien, sí que es cierto, Amparo, y aquí estarás de acuerdo conmigo, en que hay una autoexigencia que también es positiva, según en qué momentos, no siempre es destructiva, ¿no? Vamos a poner aquí también el punto a favor.

Amparo: A ver, a mí… fíjate, como autoexigencia viene de exigencia contra uno mismo, esto siempre implica una constricción, digamos. O sea, la palabra exigencia es negativa per se, entonces, para mí, la autoexigencia positiva prácticamente no existe, salvo en un caso muy particular, que es cuando tú te has propuesto hacer algo y te da como flojera o pereza. En ese caso exigirte y obligarte es como darte un empujón, ¡boom! y enseguida vas a reaccionar.

Por ejemplo, si me he propuesto, no sé, caminar 30 minutos todas las noches después de cenar, que es una cosa que soy capaz de hacer, y no supone hacer frente a ningún miedo (porque otra cosa es exigirnos en cosas que realmente exceden nuestras capacidades) pues ahí sí que un empujoncito y un exigirme me va bien, porque además a los 10 minutos de haber empezado a caminar me siento orgullosa y llego a casa feliz.

Entonces, para mí, es el único caso en que tiene sentido autoexigirnos, cuando es para vencer una flojera sin sentido.

Nuria: Sería un poco un sinónimo en este caso de disciplina, ¿no?

Amparo: Exacto, y de obligarte en esa primera etapa a salir de la inercia. Porque a mí me pasa mucho que los primeros 5 minutos de trabajo son los más duros, porque está la resistencia de que quiero hacer otra cosa, pero una vez que venzo la resistencia y cojo ritmo, entonces ya el trabajo va bien. Por tanto, la autoexigencia para ese primer empujón está bien.

Y luego, mira, una cosa que quería decir que no hemos hablado es esto de que el contrario de la autoexigencia no es el no hacer nada, la pereza o el hacer un mal trabajo, no, no, no. Yo creo que podemos, y de hecho los emprendedores debemos, aspirar a la excelencia, pero de una manera buena, positiva, con amabilidad.

Para mí lo contrario de la autoexigencia es la amabilidad, es la comprensión, es una carga adecuada de trabajo, es un entender mis recursos y ver dónde puedo apretar más y dónde menos, no la mediocridad, para nada. De hecho, yo creo que la mayoría de personas que tenemos un proyecto, experimentamos el impulso de hacer cada vez un mejor trabajo. Formarnos cada vez más, mejorar nuestros servicios, esto va de serie.

Todos aspiramos a la excelencia de forma natural, porque para eso hemos emprendido, lo que pasa que tenemos que hacerlo con estas características: con amabilidad, con gusto, con placer, con motivación, nada de con látigo ni sobrecargándonos.

Nuria: Totalmente, ¿pero podría ser, Amparo, que fuera positivo aplicar esa autoexigencia en momentos puntuales de emprendimiento? Como cuando tengo un lanzamiento, o cuando tengo que escribir un libro o hacer una formación que se me está ahí resistiendo. ¿Ahí también podríamos echar mano de esta herramienta de exigirnos y «obligarnos»?

Amparo: Yo diría que sí, pero en los primeros diez minutos. Porque si realmente a ti algo te está costando mucho hacerlo, todo el tiempo, tienes que mirar qué está pasando. Cuando algo nos cuesta mucho es porque hay algún miedo, alguna creencia limitante, quizá nos faltan capacidades para hacer eso, o quizás no nos interesa nada lo que estamos haciendo. 

Por eso, la autoexigencia sólo tiene sentido en pequeñas dosis, porque si tú las cinco horas que trabajas por la mañana tienes que estar forzándote, es que estás pasando algo importante por alto. A mí, por ejemplo, me está costando mucho escribir mi siguiente libro y me cuesta mucho ponerme, pero una vez que empiezo la cosa se suaviza. Hay que analizar bien este tema, porque es verdad que otras veces que me ha costado mucho hacer algo la respuesta era: no es por ahí.

Si a ti que nos estás escuchando te cuesta mucho hacer algo, lo que sucede no es que te falta fuerza de voluntad sino que no es por ahí, o ya no le ves sentido a lo que haces, o no es importante, o te faltan recursos, necesitas ayuda externa, etc.

Nuria: Exacto, mil cosas pueden estar pasando. Qué buena reflexión, Amparo. Pues vamos ahora si te parece con pautas prácticas, ¿sí? Porque este podcast va mucho de ponerse en acción. Con lo cual, señores emprendedores, señoras emprendedoras, si somos del látigo, ¿qué podemos hacer? Dinos tres, cuatro pautas, las que tú consideres, que sean sencillas de aplicar y que nos puedan realmente empezar a sacar de esta dinámica de trabajo de la autoexigencia.

Amparo: Mira, pues la primera pauta, sería observarnos. ¿Por qué? Porque a veces queremos cambiar demasiado pronto sin entender nuestros comportamientos y cómo se ramifican. Entonces, les voy a pedir a los que nos estén escuchando, que por lo menos durante el día de hoy, idealmente una semana, aunque bueno, podría ser sólo un día, que observen cómo se manifiesta en sus vidas este triángulo que hemos descrito.

Que observen si se sobrecargan de tareas, si a veces son tan perfeccionistas que una cosa que podría estar hecha en dos horas tardan seis, y que observen cómo se sienten cuando acaban sus tareas. La autoexigencia se manifiesta en comportamientos objetivos y CONCRETOS, que tenemos que hacer visibles. Entonces la primera pauta que doy es: obsérvate, por lo menos el día de hoy que estás escuchando esto. Es más, incluso puedes darte una nota numérica del 1 al 10, cuánto me puntúo en sobrecarga, cuánto en perfeccionismo, y cuánto en el «nunca es suficiente».

Dicho esto, voy a dar también una recomendación práctica para cada uno de estos elementos del triángulo. En primer lugar, la pauta para la sobrecarga, aparte de lo obvio que es ponerte menos tareas para que todos los días acabes lo que te propones, sería hacerte el trabajo más ligero. Es decir, ¿qué puedes inventar para que lo que tienes que hacer sea más agradable?

Por ejemplo, quizá poner música te ayuda a meterte en una tarea. En mi caso, escribo y contesto emails con una playlist de Spotify muy chula, porque a mí contestar email era una tarea que me daba un poco de resistencia, porque hay muchas peticiones que atender. He descubierto que desde que pongo música lo hago mucho mejor, se me pasa mejor el tiempo. Igual que escribir, yo siempre escribo con música, siempre. La música me ayuda a conectar conmigo.

Por tanto, creo que cada uno de nosotros tenemos una o dos cositas que nos pueden ayudar a trabajar mejor. Hace tiempo trabajé con una clienta que en ese momento tenía muchos cursos de formación pendientes, hasta el punto de que se sentía abrumada. Le dije: «¿qué tal si pruebas a hacer alguna de las formaciones fuera de casa?». A ella le gustaba pasear, y salir de casa, y entonces muchas tardes iba a una cafetería o a un banco del parque, y ahí avanzaba con alguno de los cursos. Es decir, en vez de leer los apuntes en casa, este romper la rutina hace el trabajo un poquito más agradable. Son cosas muy sencillas.

Nuria: Súper sencilla. También podría ser, de repente, ponte una canción que te guste y báilala. Suelta y luego vuelve.

Amparo: Otra cosa súper sencilla, Nuria, ponte un tecito mientras trabajas. O sea, realmente busca cómo puede ser más agradable y más fácil eso que estás haciendo.

Nuria: Trátate lo mejor posible. Genial. Apuntadísimo.

Amparo: Vamos ahora con una recomendación práctica para lidiar con este tema del perfeccionismo, que hemos hablado un montón. Mira, voy a dar un consejo que puede ser un poco… a lo mejor parece que no viene a cuento, pero en realidad sí. Para vencer el perfeccionismo es muy importante conectar con nuestra propia vulnerabilidad. Y conectar desde un lugar compasivo con nuestros propias limitaciones.

¿Por qué? Porque fíjate, a veces cuando somos exigentes, no queremos ver los errores, porque nos duele mucho. No queremos ver lo que en inglés se llama, que a mí me encanta esa expresión, los growth edges, que podríamos traducir como «límites del crecimiento», esas capacidades que tenemos que desarrollar para crecer.

Y como no desarrollamos estas capacidades, porque ni siquiera queremos verlas (ya que nos duele) pues no crecemos.

Imagínate, un ejemplo muy tonto, quizás me gusta mucho escribir, pero tengo algunas faltas de ortografía. Claro, yo cuando soy exigente, eso en realidad no quiero verlo. Quiero esconderlo. Pero lo que necesitaría es darme cuenta de esto y decir «pues mira, sí, tengo faltas de ortografía, al igual que otra gente tiene otras dificultades. ¿Qué hago para solucionar esto?»

Aquí está la clave: porque cuando yo veo un error, puedo solucionarlo, si no, no. El perfeccionismo parte de exigirte que tienes que saber ya todo. Lo cual no es cierto: hay cosas que necesitamos aprender o perfeccionar. Entonces, cuando yo conecto con mi vulnerabilidad, con mis carencias, eso lo que me permite es crecer, sin sentirme mal y sin pensar ¡ay, qué horror que no lo sé todo!

Esto lo veo también mucho en padres y madres que sienten que no se pueden equivocar con sus hijos. Pues si yo, por ejemplo, detecto que tengo un poco de agresividad a última hora de la tarde, y acabo chillando porque estoy agotada, si dejo de exigirme no gritar y, en lugar de eso, conecto con lo que me sucede, a lo mejor ahí se me ocurren ideas para cambiar este comportamiento. 

Invito a los emprendedores que nos escuchen a que busquen sus growth edges. Podemos hacernos esta pregunta: ¿en qué no voy bien, qué me falta? Pero no para castigarnos por ello, sino con la visión de crecer y formarnos en eso. Porque además desde ahí estamos actuando desde esa posición de aprendices que somos y seremos siempre, y con amabilidad

Nuria: O sea, el látigo, cuando acabe este podcast, por favor, señores, lo cogemos, lo rompemos y lo tiramos a la basura.

Y tranquilidad. Fallemos más. Porque cuanto más fallemos, más estaremos haciendo.

Amparo: Eso es, y vamos ahora con una última sugerencia de acción, en este caso para contrarrestar ese «nunca es suficiente». Y en este caso sería… agradecerte lo que haces.

Es sencillo, pero cuesta un montón. Una manera muy sencilla de hacer esto es, cuando acabes algo, aunque sea pequeño, darte las gracias. O decirte a ti mismo/a: «felicidades».

Fíjate, Nuria, tú sabes que yo he estado este último mes enferma, con una otitis. Ya estoy recuperada, pero es verdad que ha sido un mes bastante desafiante. Había días que no me apetecía hacer nada. Pero absolutamente nada, solamente ponerme una serie en netflix. Y lo que he hecho esos días era proponerme pequeñas cosas con cariño. Después de desayunar, me decía: «sé que no te apetece, pero vas a hacer la cama.» Y hacía la cama y decía: ¡ostras, he hecho la cama! Y luego me decía: venga, y ahora vas a fregar los vasos y los platos del desayuno. Y es una tontería, pero yo esos días que estuve muy afectada con la otitis me ponía pequeños retos, los hacía y luego me los agradecía.

Y me ha encantado esta sensación, la verdad. Pensaba «pues hoy a pesar de estar enferma y no apetecerme nada he hecho la cama y he fregado dos platos, me siento súper bien conmigo misma.»

También me ha costado mucho estos días pasados lavarme el pelo, intentando que no entrara agua en el oído, e igualmente me lo he agradecido.

O sea, mi consejo es: empieza a darte las gracias por cosas pequeñas, pero que te pueden costar.

Porque igual si tienes un día en el que te has llevado una mala noticia, o has tenido un chasco, para ti ese día hacer la cama, o recoger tu despacho, o hacerte una cena saludable es un montón. Es un mundo. Y te lo tienes que agradecer.

Nuria: O sea, decirte «felicidades».

Amparo: Exacto.

Nuria: Al final, Amparo, yo creo que si nos acostumbramos a hacer eso, aun con las cosas más simples, o sea, lo importante no es el logro en sí, sino el cambio de mentalidad que supone cada día agradecerte y reconocerte lo que has hecho.

Porque igual lo haces con lo pequeño, lo harás luego con otras cosas. Lo importante es hacer ese cambio. 

Amparo: E imagínate acumular esto en el tiempo. Porque si cada día me agradezco cinco cosas que he hecho bien, en un mes es un montón, son 150. Es, como has dicho antes, un cambio de paradigma. De repente 150 cosas que antes no veía, hoy me doy cuenta que son pequeños triunfos…

Hay mucha gente que dice que es difícil cambiar la autoexigencia y yo creo que no tanto. O sea, realmente si la gente implementa estas cuatro prácticas que hemos dicho durante dos semanas, el cambio se va a ver.

Por eso, invito a los que nos escuchen a que lo pongan en práctica porque en dos semanas van a notar los resultados. Igual el primer día no, pero tras dos semanas, lo aseguro. Mira Nuria, antes estábamos hablando nosotros del tema del perfeccionismo, cómo lo hemos abandonado con el tiempo. La sobrecarga nos cuenta un poco más, pero al menos estamos viendo que, si no cumplimos normalmente todo lo que nos habíamos propuesto, es que nos estamos excediendo.

Por tanto, no es tan difícil cambiar. Es cuestión de práctica y de repetición, ya está.

Nuria: Totalmente. No nos acostumbremos a eso, a ser autoexigentes y tratarnos mal, y lo veamos como algo inmovible. «Yo es que soy así, es que a mí me han creado así, o no puedo hacerlo». No, no, no. Tenemos herramientas. Está en nuestra mano cambiar. Con cosas tan sencillas como las que hemos descrito:

  1. Observándonos
  2. Haciendo el trabajo más bonito, fácil y ligero
  3. Mirar nuestras carencias sin sentirnos mal por ellas y buscando crecer
  4. Felicitarnos cada día, varias veces

No hay que comprarse ninguna herramienta, no hay que invertir en nada. Hay que ponerse y hacerlo.

Entonces, me parece un gran reto eso de enfocarnos en estas 4 recomendaciones dos semanas, a partir de hoy. Oyentes de este podcast, por favor, dos semanitas. Aunque sea algo tan chorra, entre comillas, que no lo es, como «me he levantado y he hecho la cama aunque no tenía ganas».

Y a partir de ahí, y yo lo estoy viviendo, los cambios ocurren en tu emprendimiento y en tu vida.

Amparo: Así es.

Nuria: Bueno, me parece un tema fascinante. Qué buen rato hemos pasado, ¿verdad?

Amparo ¡Verdad!

Nuria: ¿Alguna conclusión en plan cierre que te gustaría destacar?

Amparo: Pues mira, sí. Mi conclusión de cierre es que la autoexigencia no tiene nada positivo. Entonces, no hay sentido para que la sigas sosteniendo.

Incluso si te cuesta tomar estas acciones que hemos explicado en práctica, o si no sabes por dónde empezar, por lo menos quédate con esta idea de no tiene ningún sentido ser autoexigente. Igual no puedes cambiarlo ahora, igual necesitas ayuda terapéutica, pero quédate con la idea de que esto no tiene sentido. Porque cuando de verdad sientas, en todo tu ser, que tratarte mal y exigirte no tiene sentido, ahí ya vas a hacer algo por cambiarlo.

Nuria: Maravilloso. Bueno, Amparo, tú tienes una pedazo de formación, que yo he hecho, sobre autoexigencia, además de muchos otros recursos. ¿Dónde? ¿Dónde te podemos encontrar y dónde podemos encontrar esta formación sobre autoexigencia?

Amparo: Bueno, pues mi web es www.puedoayudarte.es, y en la pestaña de servicios están mis formaciones y programas. Esta en concreto se llama Cómo decir adiós a autoexigencia y es una masterclass en vídeo.

Nuria: Pues yo no puedo recomendar más todo lo que hace esta mujer, porque es maravilloso. Y te agradezco, vamos, de corazón, habernos traído este tema tan, tan importante para los emprendedores, y bueno, para todo el que quiera vivir con más ligereza y amabilidad. Un millón de gracias, Amparo.

Amparo: Bueno, pues muchísimas gracias, Nuria, fíjate, quiero destacar una cosa que has hecho ahora. Lo que has hecho es amplificarme, porque me has dicho que te encantó la formación, o sea, esto es tan bonito, que yo también quiero acabar amplificándote a ti, Nuria, porque te lo mereces.

Quería decirte que has hecho un podcast espectacular, me parece que tienes una vocación de servicio brutal, y bueno, te animo a que sigas expandiéndote y sigas llamando a emprendedores y llevando estos conocimientos a mucha gente, porque de verdad que cuando me enviaste el esquema de esta entrevista, dije, «jodxr, qué bien, qué entrevista también planteada». Así que, te amplifico y ojalá lo sigamos haciendo con más gente también.

Nuria: Claro que sí. Un millón de gracias y un abrazo enorme.

 

Termino con esta reflexión, querido lector, reconócete hoy todo eso que has hecho bien. Agradecételo.

¿Qué has terminado hoy? ¿Por qué te podrías felicitar? Esta es es una de las prácticas, de muchas,  para empezar a decir adiós, de una vez y para siempre, a la autoexigencia.

 

Seguir aprendiendo

¿Te has preguntado cómo sería tu vida si dejaras de…

🔸Vivir en el esfuerzo permanente
🔸Hablarte mal cada vez que te equivocas
🔸Pedirte la perfección en todo lo que haces
🔸Minusvalorarte
🔸Sentir que no eres o nunca haces lo suficiente?

En serio, párate un momento a pensarlo…  ¿Te imaginas cómo discurriría tu jornada si estas actitudes formaran parte del pasado?

Por ejemplo, imagina que esta mañana te habías propuesto levantarte media hora antes para meditar pero finalmente no lo has hecho.

En vez de regañarte y sentir el peso de la CULPA todo el día, en ese momento revisas qué ha pasado, te perdonas y sigues hacia adelante el día con optimismo, sabiendo que ese «error» de primera hora no condiciona el resto.

Al final de esa jornada, te agradeces todo lo que has acabado, la gente a la que has tratado bien y lo mucho que has aprendido. No te quedas con el pensamiento en bucle de «sí, muy bien, pero no me levanté antes para meditar como quería».

Este es sólo un pequeño ejemplo de lo que sería vivir SIN autoexigencia.

➡️ En vez de hablarnos mal, lo hacemos con cariño
➡️ En vez de ahogarnos en la culpa, miramos qué ha pasado y buscamos soluciones
➡️ En vez de poner el foco en el error o lo que quedó por hacer, celebramos lo que fue bien

Todas estas actitudes y comportamientos pueden aprenderse y, con la práctica, pasar a formar parte de nuestra rutina.

En esta masterclass «Cómo decir adiós a la autoexigencia» te acompaño, paso a paso, a implementar estas nuevas actitudes y prácticas en tu vida.

¿Qué puedo decirte? Si lo necesitas, date el regalo de aprender cómo vivir desde el amor, la gratitud por lo que haces y el respeto, en vez de desde esta autoexigencia absurda.

Para inscribirte, haz clic en la imagen inferior o aquí.

Masterclass en vídeo: Cómo decir adiós a la autoexigencia

Puedes prepararte un café y comenzar hoy mismo, si lo deseas, a ver la primera clase 😊☕💻

 

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