Todos tenemos cosas que no nos cuesta ningún trabajo hacer (por ejemplo, a mí me encanta leer, así que si me piden que me lea un libro o diez artículos, lo haré sin mucha dificultad) y otras que se nos resisten.
Imagínate que te has propuesto hacer algo que te cuesta mucho. Puede ser mejorar tu inglés, aprobar una asignatura difícil de la carrera, conocer más gente nueva, salir a correr todos los días o mantener el orden en casa.
Si eres una persona a la que le gusta proponerse y cumplir metas, empezarás muy animado/a y con cierta motivación con las clases de inglés, la asignatura de la carrera, el orden en casa, etc. pero al cabo de un tiempo, como hacer esto te supone bastante esfuerzo, acabarás perdiendo la energía y, tal vez, abandonando completamente.
Está muy extendida la idea que, si una persona no consigue lo que se había prometido es porque le ha faltado autodisciplina o de fuerza de voluntad, pero yo discrepo un poco de esto.
La autodisciplina y la firme convicción de hacer algo son cualidades muy necesarias para resistir los primeros días de un nuevo hábito, que son los más duros, o para momentos puntuales, pero tienen un límite.
La fuerza de voluntad es limitada, se renueva cada día pero tenemos un máximo por jornada. Debido a esto, tenemos que poner mucha atención en invertir esa fuerza de voluntad de la mejor manera posible, sin desgastarnos al cabo del tiempo y sin acabar exhaustos al final de la jornada.
Porque cuando entramos en este ciclo de desgaste y sobrecarga, ahí aparece nuestro principal enemigo para perseverar en esas metas que nos cuestan y llevar una buena vida: la autoexigencia.
Cuando entramos en el bucle de la autoexigencia nos presionamos por encima de nuestras posibilidades, nos paraliza el perfeccionismo y sentimos que nunca hacemos lo suficiente, lo que finalmente nos desanima y nos lleva a boicotear nuestros progresos.
En este artículo te quiero hablar de una de las maneras de dejar a un lado la autoexigencia (las otras diez maneras las explico en esta masterclass) y avanzar en algo que deseas pero que te cuesta muchísimo.
Es decir, te voy a hablar de una estrategia, muy obvia y sencilla, pero que sin embargo solemos pasar por algo, para conseguir terminar algo, aun cuando te parezca difícil, te canse, no te apetezca nada de nada o te aburra soberanamente.
De esta manera, vas a tirar lo menos posible de tu reservorio diario de fuerza de voluntad, para que así te dure hasta el final del día.
Bien, esta estrategia se resume en dos «palabras mágicas».
¿Listo/a para descubrir cuáles son?
Aquí las tienes:
PÓNTELO FÁCIL
¿Qué quiero decir con «póntelo fácil»?
Pues que si quieres conseguir algo complejo, o terminar algo que te cuesta mucho, tienes que evitar hacerlo en malas condiciones o estirar hasta el límite tu capacidad de ser disciplinado.
Al revés, tienes que ponértelo lo más fácil posible, ridículamente sencillo si te lo puedes permitir. O crear las condiciones para que hacer eso que te cuesta sea lo más agradable que puedas.
Vamos a ver algunos ejemplos, que es como mejor se entiende esta idea.
Imagínate que quieres reducir tu consumo de azúcar pero no puedes pensar en este momento en renunciar a tus galletitas, el azúcar en el café o los croissants de mantequilla y mermelada. En vez de empezar por una acción drástica y radical, elige algo que sea ridículamente fácil. Por ejemplo, que en vez de tres galletas vas a tomar dos y media a partir de ahora, siempre. O que en vez de comprar los croissants del supermercado vas a ir a una panadería especializada que los fabrican con harina integral y menos azúcar.
Mira, yo hace algunos años decidí dejar de echar azúcar en el café con leche. Pero como no estaba nada acostumbrada al sabor, lo que hice fue, durante varios meses, cargar un poquito menos la cuchara de azúcar en mi café mañanero, e ir reduciendo esta cantidad progresivamente. Al cabo de un año, conseguí que me gustara el café con leche o las infusiones sin nada de azúcar y lo viví con una gran alegría (nota: el café de los bares me resulta demasiado amargo y utilizo medio azucarillo).
Puede parecer una tontería este cambio, pero haciéndolo no sólo me he librado de unas 600 cucharillas de azúcar al año, sino que he educado mi paladar para que no tolere las cosas demasiado dulces. A mí me parece un logro reseñable, porque además es un cambio a largo plazo y para siempre, y empezó de una manera sencillísima: simplemente un pelín menos de azúcar en una cucharada.
Otro ejemplo: imagínate que tienes que escribir un mail desagradable o que no sabes cómo abordar, y por lo tanto llevas postergando esta acción días y días. Bien, pues una tarde que te dejes desocupada, prepara un ambiente placentero en torno a ti y decídete a hacerlo: pon tu canción favorita en el ordenador, enciende una vela aromática, bebe o come algo que te encante y simplemente, abre tu programa de correo electrónico y escribe ese mail.
Ya que esa es una actividad desgastante para ti (de otro modo no la estarías posponiendo), date tiempo más que suficiente, y no planees hacer nada en la siguiente hora.
¿Lo ves? Bien poniéndote las cosas fáciles, o haciendo que sean más agradables, avanzarás más que con un látigo interior de: ¡venga, vamos, hazlo de una vez!
A otras personas les va muy bien comprometerse con los demás a hacer algo. De hecho, para mí esta es una de las grandes fortalezas de un proceso de coaching: que el consultante se compromete con su coach a realizar algo un día determinado, y sabe que el coach, en la siguiente sesión, le va a preguntar si lo ha hecho.
Pues bien, si este es tu caso, ¿por qué no te comprometes con otras personas para hacer esas cosas que te cuestan, en un día determinado? Por ejemplo, queda con un amigo para ir al gimnasio y así hacer que no dependa sólo de tu fuerza de voluntad, porque ya has quedado.
O si crees que te motivaría más estudiar o trabajar en una cafetería tranquila, una biblioteca, o un espacio de coworking, pues da el paso y evalúa si estos ambientes más enriquecedores te ayudan a avanzar.
En definitiva, se trata de no ponernos más trabas a nosotros mismos. Y se trata, sobre todo, de comenzar a tratarnos con el mayor de los respetos.
Pon tu inteligencia a tu servicio, haz que te facilite la vida.
Más ejemplos de cómo te puedes poner las cosas más fáciles o agradables.
- Si eres de los que se dispersan con un «bip» del móvil cuando llega un mensaje, es mucho más sencillo desactivar la wifi (¡fuera tentaciones!) que estar todo el rato conteniéndote por no mirar ese mensaje.
- Si estás a dieta, no vayas con tus amigos a comer a la pizzería más grasienta de la ciudad, donde mientras tú comes una triste ensalada a los demás les chorrea la salsa barbacoa por las manos. Propón un restaurante más saludable o invítalos a cenar en casa a base de ensaladas y pescado a la plancha.
- Si quieres salir más de casa, pero en el último momento te da pereza y te quedas en el sofá, compra por anticipado las entradas para un evento que te guste y así, llegado el día y como ya has pagado, tendrás una excusa suficientemente fuerte para salir.
- Si las tareas domésticas te parecen un suplicio, pero no puedes o no quieres delegarlas en alguien más, puedes hacer varias cosas: limpiar en tandas de diez minutos, en vez de querer terminar de golpe una estancia, poner música que te guste a todo volumen o (esta soy yo) ver vídeos interesantes mientras planchas.
Resumiendo: qué puedes hacer cuando notes mucha resistencia para hacer alguna tarea concreta
Sencillamente hazte esta pregunta:
¿Cómo podría hacer esto de manera MÁS FÁCIL o MÁS AGRADABLE?
¿Podría dividir esa tarea en bloques de quince minutos y cada día enfocarme solamente en uno de los bloques?
¿Podría crear un contexto más agradable para hacerla?
¿Podría permitirme ir muy poco a poco, de manera que apenas me suponga un gasto en fuerza de voluntad?
¿Podría hacer ese reto en grupo, para sentirme más motivado, o pedir ayuda a alguien que conozco?
En definitiva, es hora de conocernos más a nosotros mismos y empezar a pensar cuáles pueden ser esos pequeños trucos que nos funcionan a la hora de terminar esas cosas que nos cuestan. Porque además, no se trata sólo de conseguir metas, y de acabar cosas, sino de disfrutar mientras lo hacemos.
Créditos:
Imagen 1: «It is not as far as you think» via Flickr Creative Commons
Imagen 2: «Keep calm and take it easy» via Keep calm Studio
9 Comentarios
Muy buenas. Me ha gustado mucho este articulo porque a mi me pasa mucho que cuando tengo que hacer algo nuevo o que no me gusta mucho siempre me complico la vida, empiezo a darle vueltas a la cabeza y me agobio, con lo fácil que sería intentar que «eso» que hay que hacer sea lo más agradable posible poniéndole un poco de alegría o mejorándolo con cosas que te gustan.
Intentaré seguir tus consejos y poco a poco facilitarme la vida jeje.
Un abrazo.
Eso es Sergio, ¿para qué invertir energía mental en agobiarse o darle vueltas cuando la podríamos estar empleando en ver que nos FACILITARÍA la tarea?
Piensa en todas esas cosas que le pondrían alegría a lo que te cuesta hacer… Y ya nos contarás.
Un abrazo!
PONTELO FACIL ¡Qué dos palabras tan poderosas! Efectivamente, necesitamos tratarnos con más compasión y cuidado. La sobrexigencia nos hace sentir insuficientes ante los ojos ajenos y los propios. Cometemos un gran acto de injusticia al poner el énfasis sólo en lo que aún no hemos conseguido, ninguneando todo lo que somos y tenemos. Insatisfacción asegurada!! Feliz sábado.
No le pongo ni le quito nada a tu comentario, Miren, ES ASÍ.
Rescato esta frase: «Cometemos un gran acto de injusticia al poner el énfasis sólo en lo que aún no hemos conseguido, ninguneando todo lo que somos y tenemos.»
El paso siguiente es salir de esta espiral de autoexigencia con pasos y acciones concretas, y no sólo quedarnos en la intención.
Gracias por tu comentario, un abrazo.
Muy ciertas tus palabras, la verdad que el hecho de dejar algo pendiente nos consume más energía que el hacerlo y luego nos da mucha satisfacción. Por ejemplo, me encanta el DIY y siempre tengo cosas pendientes de hacer o de aprender. Pues este mes me apunté a clases de trapillo y estoy súper contenta porque liberé esa sensación de que bonito es eso y que rabia no saber hacerlo, aparte de que me marcó esa tarde a la semana para mí, resumiendo, que para arrancar nada mejor que pedir ayuda y/o comprometerse con alguien.
Pd. No para todos los sábados es descanso, ahora te estoy leyendo desde el trabajo!
María, APUNTARSE A CLASES es una de las mejores maneras que conozco de vencer nuestras resistencias a hacer algo. Nos pone un horario, nos obliga a salir de casa, pagamos con lo cual nos crea un compromiso de hacerlo, conocemos gente nueva, lo pasamos bien…
Yo hasta ahora he sido una fanática de aprender por mí misma (una autodidacta cerrada, vaya), y aunque lo sigo manteniendo en parte, me he dado cuenta de que como tener a alguien que te apoye no hay nada. Se avanza más rápido y mejor. Y encima si las clases compartidas son de algo tan bonito como el DIY, y vas con gente maja ¡ya es que no es una obligación, es un disfrute total!
Vaya, me colé en el boletín con lo de los sábados de descanso. ¿Pero verdad que se está de otra manera? 😉 Un abrazo.
Buenas tardes a todos, la verdad que me viene al pelo este artículo, voy a empezar clases de francés y además me he apuntado por enésima vez al gimnasio para empezar mañana 1 de octubre, así que intentaré darme una oportundad si no sale a la primera y ponérmelo fácil, si por cualquier circunstancia no llego a tanta actividad, me centraré sólo en una de ellas y solucionado! Saludos a todos 😉
Lo practico y funciona.
Trabajo a turnos, y no me gusta cuando me toca ir de tarde: me premio a mí misma llevándome meriendas especiales y algún dulce…
Parecerá una tontería, pero a mí me motiva.
Idem cuando me toca plancha: con mi musica favorita a todo volumen, cantando y bailando como una loca 😉
Buena semana a todos!!!
Exactamente Elena, ¡esa es la forma de hacerlo!
Y no, no es una tontería, al contrario: darse un caprichito para motivarse cuando no nos apetece hacer algo es una acción inteligente, práctica y respetuosa con una misma. Así que sigue así, porque ése es el camino 🙂
Un abrazo y gracias por comentar!