¿Has escuchado o utilizado el término procrastinación? O igual lo estás sufriendo, porque sabes muy bien qué significa…
Esta palabra se ha puesto muy de moda al traducirlo del inglés (procrastination) y en español lo traduciríamos como postergar o aplazar. Vaya, que en vez de ponerte a hacer eso que te habrías propuesto, te enredas con otra cosa y pospones la acción indefinidamente.
En este artículo me voy a enfocar sobre dónde está la raíz del acto de procrastinar, porque creo que hay una especie de malentendido con esto.
Verás, muchas personas, cuando aplazamos algo que es importante para nosotros y que nos habíamos propuesto de antemano, concluimos que es por pereza o vagancia.
Por ejemplo, imagínate alguien que se había propuesto avanzar en su tesis doctoral, o en un trabajo que le resulta tedioso y difícil, y ha estimado que le dedicará tres horas durante dos días a la semana.
El lunes ya ha organizado su horario pero conforme pasa la semana lo va dejando, lo va dejando… Hasta que al final, llega el domingo y descubre se ha puesto un día media hora y con suerte.
Esto le crea un sentimiento de frustración y esa persona concluye que no tiene fuerza de voluntad. La semana siguiente se propone el mismo plan pero ya desde un lugar de decepción y desánimo.
Otra variante de este acto de postergar es dejarlo todo PARA ÚLTIMA HORA, cuando ya no queda más remedio que hacerlo, con el estrés que eso genera…
En fin, seguro que más de una vez, y más de dos, te has visto ahí: la procrastinación es un comportamiento que genera mucha culpa y frustración. Lo cual es lógico: nos duele no ser capaces de avanzar en algo que nos importa. Y retomar el control de nuestra vida pasa por dejar de postergar, eso es así.
Si nos proponemos algo, lo lógico sería organizarnos para cumplirlo.
Ahora bien, a veces nos quedamos atascados en este bucle de la procrastinación porque no entendemos de dónde viene y cómo se produce… Y por ello, intentamos poner «soluciones» que no sirven a largo plazo.
Por ejemplo, a veces creemos que simplemente organizándonos mejor, o poniéndonos recordatorios de las cosas que queremos hacer por varios puntos de nuestra casa, podremos abordar una tarea importante.
Otras veces recurrimos a la presión, nos «amenazamos» con que de no hacer tal cosa, ocurrirá tal otra.
O bien, nos quedamos bloqueados en ponernos adjetivos como «débil», «perezoso», «vaga» o «dispersa», e intentamos forzarnos a actuar desde ahí.
Todas estas medidas no funcionan porque no van a la RAÍZ de lo que nos lleva a no cumplir con nuestros compromisos, y que NO es simplemente la pereza.
Hay dos razones mucho más profundas que nos llevan a aplazar indefinidamente un objetivo y éstas son:
- El miedo. Es decir, que eso que te has propuesto en el fondo te da mucho miedo (a fracasar, a que no sea tan bueno como habías pensado, etc.)
- Una autoexigencia tóxica y desmedida.
Me voy a centrar brevemente en la segunda. Y lo vas a entender muy bien cuando te cuente el caso de una de mis primeras clientas de coaching, a la que voy a llamar Marta.
El caso de Marta y su apatía/procrastinación
Bien, Marta me contactó por correo porque se sentía muy bloqueada en su vida, sobre todo le preocupaba su tremenda apatía.
Ella tenía su trabajo cualificado de 8 horas como enfermera, al que lógicamente acudía cada día con puntualidad y realizaba con eficacia (suele pasar, en lo que son obligaciones no podemos permitirnos procrastinar). El problema lo tenía en sus días libres: pasaba muchísimas horas en la cama o en frente del televisor.
En esos días, Marta era incapaz de hacer lo que se había propuesto el día anterior, tareas como ordenar un poco la casa, leer libros que le gustaban, salir a caminar, quedar más con sus amigos o cocinar para el resto de la semana. Se sentía como «poseída» por una mujer que pasaba absolutamente de todo. Una mujer que comía mal, tenía la casa desordenada, no se cuidaba y ni siquiera se daba tiempo para hacer cosas que le gustaban. Podía estar 12 horas viendo la televisión o con el móvil y ni acordarse de lo que había visto.
Hasta aquí, tal vez no entiendas por qué estoy relacionando este caso de descuido y procrastinación con la autoexigencia, pero ahora mismo te lo voy a desvelar…
Bien, el tema es que yo te estoy exponiendo la situación de Marta con cierta neutralidad pero no es así como me lo contó ella. Para empezar, en el primer mail que me mandó ya se definió en la segunda línea como «una persona vaga y perezosa» y añadió «quiero dejar de ser así, lo detesto».
Después, mientras me relataba sus días sin trabajo vegetando en el sofá no escatimaba en palabras duras hacia sí misma y su situación: «no hago más que perder el tiempo», «me quedo delante de la tele como una tonta», «soy una adicta al móvil», «no tengo narices ni para hacerme una ensalada», «ya me lo decía mi madre que era una perezosa», etc. etc.
Por supuesto, después de cada uno de estos días de apatía, justo la noche antes de volver al trabajo, llegaba la famosa… CULPA. Una culpa que lo inundaba todo, aderezada con mensajes hirientes y con decepción hacia sí misma: es que no vales, eres perezosa, no vas a cambiar…
Llegados a un punto de la conversación, yo le dije lo siguiente:
Marta, si a mí me hablaras como te hablas a ti, yo tampoco haría lo que me dices. Ni ordenaría la casa, ni cocinaría, ni saldría a caminar: estaría tan enfadada y tan harta que me quedaría viendo la tele doce horas seguidas y comiendo pizza. Vaya, es que no te haría ni caso.
Se quedó callada.
Piénsalo, tiene todo el sentido. Si una persona te está machacando continuamente con que eres vaga, con que hay que ver qué mal lo haces, con que no tienes remedio, si esa persona además te culpa, te regaña, y no importa que un día lo hagas un poquito mejor porque no te lo va a reconocer… pues lógicamente la vas a ignorar, y si te ha dicho A, por pura rebeldía vas a hacer B.
¿Sí o no?
Solamente obedecemos a una persona que nos trata mal cuando lo que tenemos que hacer es por obligación y no nos queda otra.
Marta no tenía ningún problema en ir a su trabajo.
Ahora bien… cuando esta voz exigente y culpabilizadora le proponía hacer cosas en su casa que no eran una obligación… pues su inconsciente se rebelaba y le decía: «adiós, ahí te quedas».
Marta lo entendió y supo que la clave para salir de su apatía pasaba, en primer lugar, por decirse las cosas de otra manera.
Y en segundo lugar, por exigirse menos y respetar que a veces estaba muy cansada del trabajo, o muy triste, y entonces la televisión era la única actividad que le venía bien, y no culparse por ello.
Como ves, a ella no le funcionaba la culpa, ni la presión, ni hacerse un horario con las tareas del día siguiente, ni ponerse cartelitos motivadores, no iba por ahí…
La clave era decir adiós a su autoexigencia.
Y esto es muy rápido de escribir, pero en la práctica es todo un PROCESO. Un proceso que lleva semanas e implica un cambio de mentalidad y de rutinas, dejar de hacer determinadas cosas y hacer otras en su lugar.
Hay una parte de nosotros muy sensible y auténtica que, cuando llega un cierto momento de nuestra vida, ya NO tolera un discurso despreciativo.
Y piensa algo como lo siguiente: «si no vas a tener en cuenta lo que me pasa, y me lo vas a pedir mal, y luego me vas a culpar, pues no voy a hacer lo que me dices.»
¿Y sabes qué? Está muy bien este boicot de nuestro inconsciente. Porque es lo único que nos puede hacer DESPERTAR y buscar otro tipo de soluciones más respetuosas.
Tal vez en tu caso no llegues al extremo de machaque emocional de Marta (o sí, no es tan infrecuente, no creas…). Pero si notas que caes en estados de apatía, de postergación o de culpa con frecuencia, este es mi consejo: trabaja sobre tu autoexigencia. Es lo único que va a solucionar tus problemas a largo plazo.
Y aquí hago una puntualización: esto no es simplemente decir «vaya, pues voy a hablarme mejor y ponerme metas más razonables». Ojalá fuera tan fácil…
Abandonar la autoexigencia, como lo fue en el caso de Marta, es todo un PROCESO, que consta de varias etapas y supone adoptar nuevas estrategias, de manera paulatina, que ahora mismo quizás no contemplas.
Es por esto que he creado mi masterclass Decir adiós a la autoexigencia, con cerca de 7 horas de contenido, para acompañarte en este proceso si realmente te lo quieres tomar en serio. Si para ti el postergar (y machacarte porque lo haces) es un problema que quieres solucionar ya.
En la clase te comparto todas las reflexiones y las pautas que te pueden ahorrar meses, si no años, en este proceso de tratarte mejor y dejar de utilizar, para siempre, ese discurso interior severo e ingrato.
¿Quieres probar una manera diferente de conquistar tus metas, más saludable y eficaz?
Pues el camino que te propongo empieza aquí:
Valora si es hora de decir adiós a tu autoexigencia (y a la culpa, y al machaque emocional). Y sobre todo, si eres una persona con tendencia procrastinar o a caer en estados de pereza máxima en los días libres, hazte el mismo cuestionamiento que yo hice con Marta.
¿Cómo te hablas? ¿Cómo te pides hacer las cosas?
¿Te respetas? ¿Entiendes tus motivos para no hacer las cosas? ¿Te cuidas?
¿O caes en esta cosa tan tóxica de llamarte vago/a o de decir que «ya estás otra vez, nunca haces lo que te propones»?
En ese caso, échale un vistazo a esta masterclass sobre autoexigencia, porque realmente cambiar estas prácticas puede ser justo lo que más necesitas. Y no organizarte mejor o ponerte cartelitos motivadores.
Te aseguro que la vida tiene otro color.