La semana pasada hablábamos del peligro (y la soberbia implícita) de entrometernos en los asuntos de los demás, pero a muchas personas les surgía una duda: ¿Esto significa que no puedo ayudar a nadie?

Por supuesto que no. Hay maneras respetuosas de apoyar a un amigo, a un hijo o a nuestra pareja respetando sus límites, dejando a un lado el paternalismo y el control.

Eso sí, esta ayuda llamémosle «saludable»  implica dejar de lado muchas ideas preconcebidas como «yo sé más que tú, porque soy mayor»  o «la mejor forma de vivir es… [la mía, que implica por ejemplo estudiar una carrera, tener un trabajo fijo, casa grande, esposo/a e hijos]«. Las ideas preconcebidas siempre nos alejan de lo que otra persona es y desea de forma genuina, ya que intentamos encajar su realidad al molde de nuestras ideas.

Aparte de esto, ayudar a alguien con respeto supone entender que la decisión final es asunto suyo, no nuestro, nos guste o no.

En relación a cómo ayudar a los hijos cuando se encuentran perdidos, hace unos meses recibí un mail de una lectora que decía lo siguiente:

Hola, tengo una hija de 19 años que estudia actualmente la carrera de diseño gráfico pero va a dejarla porque no le gusta. Se encuentra desesperada porque no sabe qué le apasiona.

Ademas, elaboró un plan de vida basado tener mucho dinero a cierta edad, lo cual no se está cumpliendo y se siente frustrada. Ahora quiere meterse a estudiar mercadotecnia para ganar mucho dinero, aunque no le guste. Yo le digo que el dinero le llegará de una manera natural si se dedica a estudiar lo que le gusta…

En fin, quiero apoyarla y no sé cómo. Anteriormente fue con una psicóloga que la ayudó para encontrar la carrera que va a dejar ahora (diseño gráfico) y en estos momentos queremos llevarla con otro psicólogo. ¿Qué me recomiendas?

 

Este tema de la búsqueda de la vocación, los talentos o el trabajo ideal es algo que preocupa mucho a las personas jóvenes (y a sus padres) y es perfectamente normal: ¡están en la edad de visualizar y hacer planes sobre el futuro! 

El problema es que muchos viven este proceso con sufrimiento, con mucha ansiedad porque acaban la secundaria y no saben qué carrera elegir (la mayoría sólo piensan en estudios universitarios, como si no existieran otras alternativas). Los padres y profesores que hemos estado en contacto con jóvenes de entre 16 y 18 años, jóvenes que tenían que tomar una decisión sobre sus estudios futuros, hemos sido testigos del drama.

Podríamos filosofar sobre por qué es tan difícil encontrar la vocación hoy día y por qué nos preocupa tanto, pero prefiero dejar a un lado este debate para centrarme en la situación de esta lectora. Tenemos a una joven de 19 años que va a abandonar unos estudios que no le satisfacen (aunque los eligió después de un proceso con una psicóloga, lo que hace suponer que fue una decisión meditada). Esta chica se encuentra agobiada porque no tiene ni idea de qué le apasiona. Su madre está preocupada y pregunta si debe llevarla a otro psicólogo. Flotando por encima de esta situación están ciertas creencias sobre el dinero: la hija desde muy jovencita ha tenido el deseo de ser rica, y la madre opina que es más importante un trabajo que te guste que el dinero.

Bien… ¿por dónde empezamos? Imaginad que una amiga os consulta con esta preocupación, ¿qué le diríais? O dicho de otra manera: ¿cómo se puede aconsejar a alguien sin IMPONERLE nuestras ideas y nuestra visión del mundo?

Veámoslo

ayudar a mi hijo a encontrar su vocación
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Lo esencial: acompañar a un hijo para que se encuentre a sí mismo.

Aunque parece que lo más importante en la situación que se plantea más arriba es si dejar o no la carrera de diseño gráfico, y qué otra cosa cursar a continuación, en realidad hay algo por debajo mucho más importante…

Esta joven lo que necesita desesperadamente, mucho más que decantarse por unos estudios, es conocerse a sí misma.

Conocer cuáles son sus talentos, qué le gusta, qué se le da bien, cuáles son sus debilidades, en qué es cualidades es fuerte y en cuáles no, y hacer este proceso no desde la mente (con test vocacionales y demás) sino desde la experiencia.

Si pensamos a largo plazo, y de forma global, no tiene tanta relevancia como parece el título que esta joven exhibirá en las paredes de su despacho. Lo que sí importará, y mucho, es si en todo ese proceso de estudios de 4 o 5 años conseguirá desarrollarse como persona, además de a nivel académico, y si descubrirá algo de sí misma que desconocía.

Es decir… incluso aunque esta chica estudiara una carrera no relacionada con su profesión futura (lo mejor es que sí lo esté, pero a veces pasan estas cosas, como en mi caso) si durante esos años mejora sus facultades mentales, descubre diferentes aficiones, conoce gente, mejora sus habilidades sociales y crea un sano amor por el conocimiento, esa etapa habrá valido la pena sea cual sea la profesión que acabe desempeñando.

La juventud es el momento de la vida de puro descubrimiento, a muchos niveles. Resulta limitante que pasemos esos años obcecados en un sólo aspecto de la vida: una profesión determinada. La juventud es para aprender, para experimentar, para desarrollarnos, para conocer el mundo (a través de unos estudios universitarios o fuera de la universidad) y conocernos a nosotros mismos. De todas las etapas de la vida, es el mejor momento para equivocarse y cambiar de opinión. También es el mejor momento para tener «pajaritos en la cabeza», soñar con conquistar el mundo, con tener mucho dinero, decenas de amantes, o lo que sea.

Así que lo primero que yo haría como madre o amiga de esta chica es quitarle presión sobre cuál será su trabajo futuro y animarla a aprender, a experimentar y a vivir con pasión y placer.

Quizás el diseño gráfico o el marketing acaben constituyendo su profesión o quizás no… pero si durante el estudio de las diferentes materias aprende informática, economía, psicología, gestión del tiempo, a redactar bien y ordenar sus ideas, etc. todas estas habilidades las podrá aprovechar para cualquier trabajo.

Por otro lado, los 19 años son un momento estupendo para crecer en las relaciones de amor y de amistad. También es un momento precioso para viajar, leer poesía hasta la madrugada, construir cosas, ayudar en alguna ONG, apuntarse al teatro universitario o al club de ciencias, dar paseos larguísimos, hacer deporte, descubrir el sexo…

En definitiva, parece que reducimos la vida sólo al trabajo, y es obvio que una parte muy importante de nuestra existencia es el trabajo (o los estudios) ¡pero hay más!

Que con 40 años destinemos el 90% de los pensamientos al trabajo tiene un pase, pero que lo hagamos con 19 es un despropósito. Además, precisamente las profesiones del futuro exigen más pasión y conexión con uno mismo que las de antes, así que todos salimos ganando si nuestros jóvenes, además de dedicar energía a formarse académicamente, la emplean en el descubrimiento y disfrute personal.

Ahora bien ¿cómo acompañar a alguien en este camino? ¿Debería esta madre obligar a su hija a divertirse, buscar aficiones, leer, viajar o encontrar amigos? No, de ninguna manera.

La única forma saludable de acompañar es sugerir, dar ideas, formular preguntas (¿qué buscas? ¿qué quieres? ¿para qué quieres hacer eso?) pero luego apartarnos del camino. Esto requiere dosis de paciencia y autodominio considerables… Pero ambas cualidades se pueden entrenar, y se entrenan poniéndolas en práctica.

Otra cosa para destacar es que en este camino de acompañamiento hay que olvidarse de las expectativas y de los aciertos, de querer «hacerlo bien». Muchos padres se sienten agobiados por el hecho de acompañar «mal» a sus hijos, de no saber qué necesitan o qué aconsejarles. En realidad el acompañamiento que es respetuoso (como he dicho: sugerir, ofrecer y permanecer disponibles) nunca puede ser malo, ni equivocado, porque no hay una meta a la que tengamos que llegar.

 

Acompañar es estar o caminar junto a otra persona, no se puede hacer esto «mal».

 

El mal está en criticar, en imponer, en agobiar, en interferir… Si dejamos libertad y nos quitamos de encima esas expectativas absurdas de que «debemos tener las respuestas que nuestros hijos necesitan» (como si no confiásemos en que ellos las puedan encontrar por sí mismos) ya vamos por buen camino.

Cómo pueden aconsejar los padres

 

Por otro lado, una ventaja para esos padres que acompañan con humildad y la mente abierta es que siempre se llevan algo, el aprendizaje es mutuo. Tal vez el ayudar a un joven perdido a encontrar su vocación nos obligue a cuestionar esas ideas cristalizadas sobre qué es el éxito, casi siempre asociado a logros materiales, prestigio, brillo social, estatus.

Tal vez en esta interacción con un joven que busca su camino acabemos enriquecidos por la fuerza de nuevas ideas y la ilusión típica de la juventud.

En resumen, acompañar o aconsejar sin imponer es lo más sencillo del mundo… una vez que nos quitamos de encima esos lastres que son las prisas, el «tener que obtener resultados», las ideas preconcebidas o la angustia porque nuestro hijo/a está perdid@ (como si no fuera lo más normal del mundo pasar por etapas de estancamiento y confusión en la vida…)

 

Sobre las creencias

En la pregunta inicial que da origen al artículo aparece también cierta concepción sobre el dinero. Nuestra joven de 19 años fabricó en su mente un plan de vida que requería mucho dinero. La madre, con más experiencia y posiblemente más sabiduría, ha aprendido que el dinero es importante pero lo es aún más hacer algo que te guste.

Siguiendo el planteamiento anterior, nadie puede decirle a otra persona lo que debe creer o no, primero porque no es respetuoso y segundo porque está fuera de nuestra zona de influencia, no podemos meternos en la cabeza de otra persona y controlar sus pensamientos, ni aunque quisiéramos hacerlo.

La madre puede humildemente ofrecer su opinión sobre el dinero, pero no puede imponer a la hija lo que debe pensar sobre este tema. Ella tiene que descubrirlo por sí misma.

De nuevo aquí aparece el miedo a los errores: ¿y si mi hija sufre por esta creencia sobre el dinero? ¿cómo puedo hacerle ver que hay cosas más importantes para que no tome decisiones equivocadas? Como he dicho antes, podemos sugerir y plantear ideas, pero no «meterlas en la cabeza» de otra persona, porque su cabeza no nos pertenece.

En cuanto al miedo a los errores, quizás sea hora de perderlo de una vez. No es tan grave equivocarse. Y aunque sea grave, de los errores siempre se aprende. De hecho, a veces la única manera de aprender es después de habernos equivocado.

Yo, por ejemplo, soy una persona que necesito contrastarlo todo y prefiero mil veces equivocarme a asumir el consejo de otra persona. Sé que a veces mi comportamiento es poco práctico y que podría ahorrar tiempo y sufrimientos haciendo las cosas que otros me dicen (cuando son razonables y parecen tener razón) pero sencillamente no puedo. Es más fuerte que yo mi impulso de experimentar y de probar las cosas por mí misma. Las personas de mi entorno a veces se asombran de mi tozudez, pero para mí este rasgo de mi carácter me trae muchas alegrías y mucha vitalidad así que elijo seguir viviendo con él 🙂

Hay veces en que los demás nos dicen «te vas a equivocar» o «esto va a salir mal» y… efectivamente al final acaba saliendo mal, pero cuando lo hemos vivido en primera persona aprendemos de verdad.

Tal vez esta chica necesite aprender una lección sobre la importancia del dinero, y para aprenderla tendrá que meterse en el fango, equivocarse, sufrir y luego salir arriba victoriosa… Las mejores lecciones de la vida se aprenden con el cuerpo, experimentando en el mundo real, no con la cabeza.

Por otro lado, también podríamos pensar si puede ser que la madre tenga una visión demasiado puritana acerca del dinero. Hay gente que ha nacido para ser rica, por lo menos experimentar lo que es la opulencia. Bien enfocado, tampoco es un mal deseo. Quizás la madre se niega a sí misma que también le gusta el dinero y de joven fantaseaba con ser rica y famosa… Quizás este pensamiento tan sombrío es captado de forma inconsciente por su hija que lo pone sobre la mesa. Los que tengáis hijos seguro que habéis comprobado de primera mano cómo todo aquello que queríais esconder, o en lo que preferíais no pensar, los hijos lo acaban sacando a escena…

Por lo tanto, escuchemos con apertura las creencias y opiniones de nuestros hijos o aquellas personas que nos piden ayuda. Incluso aunque desde nuestro punto de vista ellos estén equivocados, ¡dejémosles que se equivoquen! Por otro lado, vale la pena preguntarse si no tenemos también algo que aprender de una idea muy distinta a la nuestra.

 

Solución: cómo ayudar a mi hijo que se siente perdido a encontrar su vocación

Tomando como ejemplo el caso de esta joven de 19 años que se siente desesperada porque quiere abandonar sus estudios pero tampoco sabe bien qué le gustaría, podemos concretar las siguientes sugerencias:

* Por encima de todo esta joven tiene que descubrirse a sí misma, y eso va mucho más allá de elegir si se cambia de carrera o no, y qué hacer en este segundo caso.

* El trabajo no es lo ÚNICO de la vida, mucho menos en la juventud, por lo que sería positivo repartir la energía vital y los pensamientos hacia otros aspectos aparte de los estudios: aficiones, relaciones, viajes, ocio, arte, etc.

* Cuando una persona es mayor de edad tiene que empezar a tomar sus propias decisiones y lo mejor que pueden hacer por ella las personas que la quieran es acompañar. Y acompañar no tiene ningún objetivo concreto, ninguna meta, no hay forma de hacerlo «mal», simplemente hay que estar ahí: abierto, curioso y disponible.

* Cuando alguien está muy paralizado y no sabe qué hacer, podemos proponer alternativas y animarle a que escoja alguna de ellas, sin importar mucho cuál sea, sino como manera de salir de esta parálisis. Si a nosotros no se nos ocurren alternativas podemos buscar la ayuda de otras personas. ¿Esta chica debería acudir a un psicólogo? Si lo desea, con el objetivo principal de conocerse más, no es mala opción, pero si no quiere, hay que respetar su decisión.

* Las personas nos equivocamos mucho en nuestro camino vital y lo necesitamos. Equivocarse es, a veces, la única manera de aprender lecciones de forma contundente y además perder el miedo a la vida. No pasa nada por fracasar o que algo no salga como habíamos pensado. Es mucho peor resguardarse en un opciones que no nos satisfacen pero que son seguras y vivir siempre con miedo y «a medio gas».

* Las creencias de las personas que nos rodean también tienen que ver con nosotros, sobre todo las de los hijos para los padres. Cuando una persona expresa algo que me molesta mucho, o hace tambalear mis principios, conviene ver qué me está pasando a mí. ¿Hay algo en mi casa que tenga que ordenar, antes de querer ordenar la casa de otros?

 

En definitiva, ayudar a un joven a descubrir su vocación puede ser un proceso conflictivo, desesperante… o un camino precioso de autodescubrimiento para ambas partes. Para que sea el segundo caso hay que bajarse del pedestal del «yo sé todo» y no imponer nuestras expectativas a la otra persona. No tiene que seguir nuestro camino, sino el suyo.

Ayudar con respeto supone caminar JUNTO  a la otra persona, como auténticos exploradores en un camino incierto, no dando nada por sabido y asombrándonos de cada pequeño descubrimiento. El destino (la vocación) ya aparecerá durante el viaje, pero aunque no sucediera, un viaje así de libre y emocionante merece por sí solo la pena.

¿Qué opinas?

¿Se te ocurre alguna manera mejor de ayudar a alguien a encontrar su vocación?

 


Créditos de la imagen: Sin título de Andrea Lobos via Flickr Creative Commons

 

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2 Comentarios

  1. Buenas,
    Interesante articulo porque la juventud es una etapa para divertirse y experimentar pero muchos no la hemos pasado como tal.
    En mi caso porque se me inculcó ser responsable. No pruebas ni experimentas por no equivocarte, por miedo…

    Algo que hace conocerte a ti mism@ es salir al extranjero mínimo 1año. Conocer otras culturas, personas, horarios, alimentación, clima, formas de pensar pero sobretodo sin la sombra de nuestro entorno y conocidos. Tú sol@ ante la vida. Además se aprende idiomas algo tan «necesario» en nuestros días.

    Yo lo recomiendo es una experiencia, difícil, interesante, fantástica, gratificante con la que sólo sales ganando muchas experiencia de la vida. Ánimo para esa madre y esa joven. 🙂

    • Amparo Millán Responde

      Buenas Sonia,

      Sí, es tal como dices, para muchos la juventud queda reducida a ser una etapa donde se estudia, se estudia, se estudia, y en el tiempo libre se piensa en el trabajo futuro y como mucho, en aprender un idioma o «algo útil». Tengo que decir en honor a la verdad que yo no la viví así. Crecí en un pueblo y, con los años, me he dado cuenta de la mentalidad diferente que hay en las ciudades. A mí cuando era jovencita se me decía eso de: «aprovecha y disfruta de la juventud, que no vuelve», «haces bien en salir/viajar/ir a…» o (la madre de alguna amiga, cuando salíamos todas juntas por ejemplo en los Carnavales, monísimas) «qué bien, qué envidia me dais, ¡pasáoslo bien!» Cuando me fui de mi pueblo a Toledo, para la etapa universitaria, también llevaba esa mentalidad de aprovechar el tiempo en todos los sentidos, gracias a Dios que encontré un grupito de amigas que eran como yo en ese aspecto: mucho estudiar cuando tocaba, y mucho hablar, reír, divertirnos y hacer locuras sanas cuando correspondía.

      Con el tiempo he visto que, desafortunadamente, no todo el mundo tiene esa visión de la juventud y me da tanta pena… ver a jóvenes desvitalizados, sin pasión en el futuro, con la mirada perdida, con un horario donde TODO son obligaciones y que cuando tienen tiempo libre se aburren y se desorientan porque no saben qué hacer… O bien toman el camino agresivo y salvaje, como el de esas borracheras sin medida o conductas sexuales de riesgo, que (en mi opinión) son la respuesta tanta represión y tanto «ser responsables» cuando NO es el momento, en fin…

      Sobre lo de salir al extranjero, ¡¡no puedo estar más de acuerdo!! Es una aventura que marca para siempre, por supuesto no hace falta irse a otro país para madurar y estar «solo ante la vida» (puede ocurrir lo mismo cuando se tiene el primer trabajo en una ciudad diferente, por ejemplo) pero es una vivencia muy, muy recomendable. Me alegro que la traigas a colación 🙂

      ¡Un abrazo!

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